Paula Klein: Un ejercicio de olvido: algunas líneas de lectura de Babel. Revista de libros (1988-1991)

  • Posted on: 29 April 2014
  • By: nanette

El presente artículo propone un análisis de las distintas estrategias colectivas de enunciación a partir de las cuales Babel. Revista de libros (1988–1991) se posiciona en el campo literario argentino de la época. Nuestro trabajo se inscribe, así, dentro de una tentativa más amplia de reconstrucción de aquel entramado de redes de sociabilidad, de lugares y de ‘posturas’ crítico-literarias que intervienen en la formación de un ‘relato del origen’ del grupo literario conocido como ‘Shangai’. Por ello, y a diferencia de otras propuestas de análisis que han sido expuestas durante el coloquio “Almacenes de un tiempo en fuga: Revistas culturales en la modernidad hispánica”, nuestro artículo atribuye un espacio de menor relevancia a la descripción —de orden material— de la revista considerada como un objeto literario particular, a fin de concentrarse en las modalidades de funcionamiento de un discurso colectivo.

Privilegiaremos, en este sentido, un abordaje fundamentalmente literario de la revista: tanto de los libros y de los autores que se promueven desde sus páginas, como de las formas de leer y de la definición de ‘lo literario’ que sus autores reivindican. Esto se debe a que la investigación sobre Babel que da lugar al presente artículo se desprende de la escritura de una tesis que lleva como título: La escritura como olvido: Copi y César Aira frente al canon literario argentino (1970–1990).[1] Una de las líneas de lectura centrales de la tesis y del presente trabajo consiste en la necesidad de explorar el rol y la productividad literaria del ‘olvido’ para una serie de escritores argentinos que comienzan a publicar en la década del 80. Nuestra hipótesis de partida para reflexionar acerca de la configuración de un discurso literario de grupo desde las páginas de Babel es doble. De una parte, consideramos reivindicación de un ‘olvido productivo’ de la tradición literaria como una operación clave que permite a estos escritores posicionarse tanto contra la literatura políticamente comprometida de 1960 y 1970, como contra aquellas escrituras bajo el signo de la memoria que son contemporáneas a la publicación de la revista. De otra parte, la recusación de la memoria entendida como una forma privilegiada de filiación literaria autoriza a los babélicos a  ensayar nuevas formas de colaboración entre ficción, historia y política, más allá de las propuestas realistas o de la novela histórica.

Hechas estas aclaraciones preliminares podemos avanzar las principales líneas de lectura que han guiado nuestra investigación y el trazado del plan de escritura. La primera parte del presente trabajo está destinada a una presentación general de Babel. Nos ocuparemos aquí de su filiación con las publicaciones antecesoras como el mensuario El Porteño así como de la toma de posición —por parte de los miembros de la revista en los debates que marcan el tono del campo intelectual y literario de la época— fundamentalmente signado por las polémicas entre ‘narrativistas’ y ‘experimentalistas’ (véase Drucaroff). La creación de un discurso de grupo será especialmente  estudiada a partir de los editoriales que abren cada año pero también de las declaraciones individuales de los escritores que integran el comité editorial o bien que participan en diversas secciones de la revista—.

En un segundo apartado, analizaremos los vínculos entre Babel y el grupo de escritores conocido como grupo Shangai. Nos detendremos aquí en el rol que desempeña el manifiesto en la construcción de una suerte de ‘mitología’ del grupo, en la conformación de un ‘relato del origen’ que permite a esta generación de jóvenes escritores efectuar operaciones de desestabilización y de relectura del canon literario nacional. Esta sección propone, asimismo, un análisis de las líneas de continuidad y de ruptura entre Babel y otras revistas argentinas de la época. Ya sea de revistas como Literal (1973–1977) o Los libros (1969–1971/ 1976) o bien de publicaciones contemporáneas —o prácticamente contemporáneas— como la colección Biblioteca del Sur (1990–1995) del Grupo Editorial Planeta, Con V de Vian (1990–1999) o Radar, el suplemento literario del diario Página 12.

La tercera parte está dedicada a un análisis de ciertas secciones de la revista a fin de analizar los distintos tipos de operaciones críticas que intervienen en la creación de “lecturas estratégicas”; lecturas que permiten a los babélicos fundar un canon nacional alternativo. Nos concentraremos especialmente en la figura tutelar de Borges y en las aristas del debate nunca clausurado acerca del escritor argentino y la tradición.

El cuarto bloque de nuestra investigación propone estudiar la problemática relación entre literatura y política tal como es abordada desde algunos textos centrales de la revista. Retomando la reflexión que habíamos anunciado acerca del carácter productivo que adquiere el olvido para estos escritores, analizaremos ciertas estrategias crítico-literarias que dan cuenta del proyecto de los babélicos de reescribir la tradición literaria heredada. En el marco de esta tensión entre escritura y memoria, la elección de los “libros del mes” La Internacional Argentina de Copi y Lenta biografía de Sergio Chejfec constituye un caso paradigmático del tipo de relación entre historia y ficción que se promueve desde las páginas de Babel.

El cierre de nuestro artículo propone un balance acerca del lugar que ocupan actualmente los debates de las décadas de 1980 y 1990, a más de 20 años de distancia.

1. Presentación de la revista

Babel. Revista de libros, dirigida por los escritores Jorge Dorio y Martín Caparrós, publica 22 números mensuales entre 1988 y 1991.[2] El proyecto se vincula con un grupo de periodistas que participaban del mensuario El Porteño[3] y su primer número coincide, programáticamente, con la Feria del Libro de abril de 1988 (cf. Zina, 2–3).

Desde su primer número, Babel se define como una revista que va a decir “todo sobre los libros que nadie puede comprar”. Consciente de las pésimas condiciones del mercado editorial, el primer número inaugura la sección “Tráfico. Una columna para mercaderes” con un artículo que lleva el sugestivo título “La industria editorial: Una crisis más”. En esta nota Horacio García señala que, tras la vuelta a la democracia en 1983 y después de un pronunciado crecimiento de la industria editorial nacional, “en 1988 este efecto ha desaparecido y nos encontramos con un mercado interno muy disminuido” (Babel 1, 1988, 6).

Con el correr de sus números, las intenciones de atraer un vasto espectro de público que podrían haber emparentado a Babel con su antecesora El Porteño, dejan lugar a una selección más compleja de los textos. Estas decisiones editoriales que se espejan también en las cuestiones tratadas en los dossiers temáticos producen un recorte significativo del caudal de lectores. Progresivamente, la publicación empieza a definirse como una revista de reseñas y de lecturas críticas que privilegia un tipo de literatura similar al que se abordaba anteriormente en la revista Los libros. Se trata de escritos que operan un desmontaje de los mecanismos que intervienen en la construcción de sentido a través de la ficción; textos que desconfían de los ‘grandes’ relatos y de los significados unívocos y transparentes. Las lecturas que se proponen en la revista proceden, desde esta óptica, a partir de un uso particular de la parodia y del pastiche que les permiten desarticular los clichés críticos de la época.

Otros dos detalles significativos: bien que nada se explica acerca del porqué de su título, “Babel” refleja la apuesta por la confusión de lenguas y de discursos así como la vindicación de la cita como procedimiento. Esta recuperación del discurso ajeno —valga la aclaración de que las dos citas del primer editorial corresponden al Génesis y al Diccionario de la Real Academia Española— no involucra ningún tipo de postura respetuosa respecto a los textos fuentes, sino más bien una vuelta del acto narrativo sobre sí mismo, sobre sus límites y sus enclaves propios. De esta forma, las referencias intra-literarias y metaficcionales que abundan en las páginas de Babel se orientan hacia modalidades más cercanas a la parodia o a la ironía que a la lógica del homenaje. La apropiación del lenguaje del otro es productiva  para los babélicos sólo si da lugar al malentendido.

Redes de sociabilidad: el campo literario como terreno de lucha

Cada año de la revista se inicia con un editorial en el que se señalan ciertos indicios fundamentales acerca del modo en que Babel aspira a posicionarse dentro del campo literario, periodístico y editorial de la época.

Veamos qué tipos de estrategias se desprenden del primer editorial intitulado “Caballerías” (Babel 1, 1988):

El 11 de septiembre de 1939 la caballería polaca cargó contra varias divisiones de tanques nazis para cambiar el gesto de la derrota por los oropeles del sacrificio. Se sabe: todo sacrificio es inútil; Se intuye: los rituales son inevitables, Alonso Quijano, George Gordon Byron, Cyrano de Bergerac, Isidoro Tadeo Cruz, Jean Paul Sartre conforman una piara azarosa entre los vindicadores del gesto cuando ya nada se espera.

Este —dicen— es el peor momento de la industria editorial argentina. Surgiendo de esas aguas, Babel no es un gesto heroico. Ni la vindicación del delirio, ni una cortesía desesperada, ni la oposición a que se mate así a un valiente. Babel ni siquiera es el rechazo de un honor siempre perdido. Babel —dicen— es una revista de libros.

Los directores describen el panorama editorial en el que se inscribe el surgimiento de Babel así como las líneas directrices de la publicación. Resulta significativa, por otra parte, la voluntad de reivindicar la futilidad del ‘gesto’ con una serie de comparaciones que proceden a partir de un borrado de la historicidad y de la carga política de los acontecimientos. Desde la óptica de estos caballeros aventureros, el sacrificio inútil de la caballería polaca es equiparable a las proezas de Alonso Quijano, de Tadeo Isidoro Cruz o de Sartre. Si insistimos en este detalle es porque la estrategia de desideologización de los cruces entre historia y ficción constituye una de las operaciones críticas claves para entender el funcionamiento de Babel y su defensa de un tipo de literatura. Nos ocuparemos en mayor profundidad de este aspecto al referirnos a otras secciones de la revista y, particularmente, a la elección de los “libros del mes”.

El gesto ‘babélico’ se afirma, asimismo, en la voluntad de querer aunar “todas” las lecturas, los libros y los escritores en una sola “revista de libros”: “Todos los meses, con todos los libros, todos los autores y todos los continentes del mundo de la lectura (…)” (Babel 1, 1988, p. 2). La apuesta por la mescolanza y la extrema heterogeneidad de los criterios editoriales se reivindica nuevamente en la nota a los suscriptores que encontramos en la portada del número 9 de junio de 1989. Allí, el cupón de suscriptores incluye un slogan publicitario que señala las características más destacadas de la publicación: “En ella podrá encontrar reseñas, críticas, entrevistas, comentarios, opiniones, juegos, investigaciones, caprichos y toda la movida editorial” (junio 1989, 2).

En lo que respecta a la construcción de ciertos criterios de enunciación colectiva, aun si los editoriales están firmados por Dorio y Caparrós, los directores de Babel van a  reivindicar la diversidad de voces que contribuyen en cada número. Veamos, en este sentido, el editorial del Año II intitulado “Por las dudas” (Babel 9, 1989):

Hace un año Babel era fundada por las dudas, las viejas dudas como garantes de la diversidad que sostuvimos a manera de consigna. En aquél entonces, justo en aquél, Babel era una deuda que el yermo mundo editorial tenía consigo mismo.

En la Argentina, se sabe, las deudas se perpetúan y las dudas se clasifican como para pura jactancia de los intelectuales.

Deudora, dubitativa, jactanciosa, Babel cumple su primer año haciendo la calle.

Escribir el mero mérito de la supervivencia es una jactancia dudosa. En este tiempo Babel ha intentado también sostener la posibilidad de que se ejerza la mirada crítica del bizco, ojos que miran no desde una torre en guardia sino desde multitud de dunas tornadizas. Como el hipócrita lector habrá apreciado, hermanos, semejantes y disímiles hacen que Babel hable con esa poliglosis que su nombre le disparó como un destino. Gallinero impertinente, Babel se place en discutir consigo misma, contradecirse, injuriarse, ponerse, a veces, de acuerdo con lo insospechado.

Babel es, por supuesto, producto de muy diversas plumas y pertenece a todos los que, de una u otra manera, la están haciendo. Pertenece también a todos los que la apoyaron. A ellos debe Babel casi todo su haber. Hay quienes mantienen todavía con Babel deudas honorables; para ellos, esto no es un reproche sino una invitación.

La revista no aparece entonces como un producto cerrado y homogéneo sino más bien como un work in progress que hace elogio de la pluralidad: sin aspirar al consenso y promoviendo más bien la discusión e incluso el malentendido y el desacuerdo. A diferencia de revistas como Literal, Sitio (1981–1987) o Punto de vista (1978–2008), ligadas a un grupo intelectual definido o bien con una impronta generacional marcada como en el caso de Contorno— Babel reivindica fundamentalmente su carácter heterogéneo. Es una revista que se ocupa de libros que también del desbordamiento de la literatura por disciplinas como el psicoanálisis, la historia, la política, las biografías, las autobiografías, las historietas y los libros de divulgación científica.

Siguiendo este razonamiento, Los libros, dirigida por Héctor Schmucler entre 1969 y 1971 —más tarde se sumarán Piglia, Altamirano y Sarlo, entre otros, a su comité de redacción— es la revista que aparece como su verdadera antecesora. En el artículo intitulado “Mientras Babel”, Martín Caparrós señala los puntos de acercamiento y de distancia respecto de Los libros, fundamentalmente en lo que hace a la problemática relación entre literatura y política:

Hacía quince años que no había en la Argentina una revista de libros. Los libros habían desaparecido a principios de los setenta, engullida por la política, y desde entonces, los suplementos culturales se habían hecho cargo de la crítica. Mal, pero poco (Caparrós, 525).

Sin embargo, ya no estamos en los años 70. Lejos del peligro de ser “engullida por la política”, Babel defiende a ultranza el carácter autónomo de la literatura. Frente a los significados homogéneos y trascendentales del discurso oficial, la literatura aparece —en una línea similar a aquella reivindicada por Osvaldo Lamborghini, Germán García y Luis Gusmán desde las páginas de la revista Literal— como un espacio privilegiado para la transgresión. Reafirmando la autonomía literaria y su necesaria independencia frente a ciertos ‘mandatos externos’ como el compromiso político o la representación literaria de la historia, las escrituras que practica y por las que se interesa Babel problematizan el vínculo entre literatura y política.

La estrategia central de estos ‘escritores-críticos’ consiste, como lo subrayan Diego Peller o Andrés Avellaneda, en un trabajo sobre las ‘políticas de la escritura’. Los babélicos conciben la política como el corolario de la escritura y no como un agente externo que pudiera imprimirse por encima de una práctica artística. Con una impronta que remite a la herencia de Literal, Babel comparte la idea de que al transgredir la ‘ley’ de la lengua, la literatura subvierte los discursos monológicos del poder. Al mismo tiempo, investida de un valor estético pero también social, la transgresión deviene la marca distintiva de una literatura que es pensada, ella misma, como una forma de hacer política.

El editorial del Año III continúa el gesto de construcción de un discurso literario colectivo que hemos señalado. Ante una desaparición que se anuncia como inminente, los directores se valen de este espacio para promover una especie de despedida avant la lettre:

Babel, en su lenta caída, no quiere dejar de ser el relato de una desaparición estirada en el tiempo, arrastrada, incapaz del destello del apocalipsis (…). Por su fe de bautismo, Babel tiene el privilegio de haber nacido trunca y derruida: la caída, entonces, no es para ella una amenaza sino el recuerdo de un pasado pasado, de un relato que ya conoce de memoria (Babel 16, 1990).

Consecuente con el lugar de la “duda” que reivindicaba para sí en el editorial del segundo año, Babel incorpora esta vez la caída y el derrumbe al mismo tiempo que rechaza el recuerdo de un “pasado pasado”. Consideramos, que esta crónica de una muerte anunciada debe ser leída a la luz de aquella tentativa de encontrar un lugar de enunciación original, dentro de un campo cultural presentado como un constante terreno de lucha. Incluso, y especialmente de cara al final, Babel toma posición contra los relatos conocidos “de memoria”.

2. ‘Shangai’: la construcción de una mitología innecesaria

El análisis de los editoriales que celebran la aparición, el primer año y la futura desaparición de la revista, nos conduce a una doble interrogación. De una parte, podemos cuestionarnos acerca de cuál es la percepción exterior de Babel por parte de la prensa, los críticos y el público lector. Inversamente, un análisis de la ‘postura’ que adopta la revista así como de los discursos producidos por los escritores que integran el comité de redacción se revela útil para reflexionar acerca de su ubicación dentro del campo cultural de la época.

En su célebre Las reglas del arte: génesis y estructura del campo literario Pierre Bourdieu esboza una concepción ‘guerrera’ del campo literario entendido como un espacio en el que los distintos actores desarrollan estrategias para apropiarse del capital simbólico. Considerado el rol que sus diversos actores desempeñan —ya sea en el medio académico universitario, en el periodístico- cultural o bien ligados a la industria editorial—, Babel constituye un caso privilegiado para estudiar la configuración de las redes de sociabilidad de la época.

Buena parte de sus integrantes mantienen relaciones diversas con la institución universitaria, y fundamentalmente con la Universidad de Buenos Aires, en la que muchos de sus escritores se desempeñan como profesores. Los nombres de Jorge Panesi, Beatriz Sarlo, Nicolás Casullo, Nicolás Rosa, Graciela Montaldo o Daniel Link son sólo algunos casos representativos. Lo mismo sucede con el mundo periodístico: muchos de sus miembros trabajan o colaboran en medios como El Porteño, El Periodista de Buenos Aires, Tiempo Argentino, Humor y, asimismo, en programas televisivos como “El monitor argentino”.[4] Esta particular imbricación entre la esfera universitaria y la esfera periodística produce enclaves determinantes para pensar las transformaciones del canon literario nacional y de los valores estéticos que Babel busca promover.

Al mismo tiempo, la revista está intrínsecamente ligada a la aparición del grupo de escritores conocido como ‘Shangai’, cuyo manifiesto aparece en 1987. Este grupo que se congregaba en la confitería Richmond de calle Florida y luego en La Ideal de Suipacha, cuenta entre sus filas a escritores como Sergio Chejfec, Martín Caparrós, Daniel Guebel, Luis Chitarroni, Ricardo Ibarlucía, Daniel Samollovich, Diego Bigongiari, Jorge Dorio, Alan Pauls y Sergio Bizzio. Muchos de ellos van a incorporarse de forma prácticamente inmediata al comité de redacción de Babel (cf. Caparrós).

Shangai irrumpe en la escena intelectual argentina con un manifiesto que precisa los términos de una “utopía” literaria:

Shangai es un puerto, una frontera en un país que se cree destinado a ser en sí […] Shangai mira hacia el mar porque en el mar no hay tierras ni esperanzas, sólo la inutilidad de un movimiento repetido […]

Shangai es una máquina humarante con vía libre hacia el anacronismo, que es, bien mirado, la única utopía que se permite una ciudad que se sabe exótica. Shangai es un exotismo en el tiempo, un verdadero prodigio. […]

En Shangai la cocina sabe con el sabor indefinible de la mezcla, en platillos donde resultaría veleidoso llamar al pan, pan, y al vino, sake.

Shangai suena a chino básico y sólo lo incomprensible azuza la mirada […] Shangai es, sobre todo, un mito innecesario (Caparrós, 526).

La voluntad de construir un ‘relato del origen‘, una mitología innecesaria que los integrantes de Shangai defienden como estandarte del grupo, debe ser analizada, a nuestro entender, a partir del deseo de desligarse de la literatura escrita en los años 60 y 70.

Puede resultar útil retomar en este punto la noción de ‘postura’, estudiada por Alain Viala (1993) o por Jérôme Meizoz, para dar cuenta de “las maneras singulares de ocupar una ‘posición’ en el campo literario” (2007, 18). Veremos así que, incluso si la mayor parte los escritores son aún inéditos al momento de formación del grupo—, los miembros de Shangai pretenden alcanzar rápidamente notoriedad y visibilidad. Por otra parte, las polémicas entre los jóvenes ‘experimentalistas’ y los ya consagrados escritores ‘narrativistas’ —Miguel Briante, Osvaldo Soriano, Guillermo Saccommano, Tomás Eloy Martínez— nucleados en torno a la colección Biblioteca del Sur, contribuyen a asentar los signos identitarios de Babel.

Las nociones de ‘generación’ y de ‘época’ pueden asimismo, ayudarnos a interrogar la construcción de este ‘relato del origen’. Varios han sido los intentos de definir al grupo a partir de su impronta generacional. Caparrós, por ejemplo, insistirá en situar el comienzo de Shangai a partir de la disputa entre una generación de escritores jóvenes y una generación “atacante”:

Shangai se había formado casi como un acto de defensa, cuando un grupo de escritores entonces jóvenes y ligeramente éditos, un poco amigos, descubrimos que solíamos ser blanco de ataques sorprendentes […] En realidad, siempre sospechamos que gente de la generación anterior, la atacante, estaba mortalmente ofendida porque nunca la atacábamos, no le rendíamos el homenaje del parricidio (Caparrós, 526).

Numerosos estudios han señalado, por otra parte, el vínculo entre Babel y aquella ‘generación perdida’ de escritores nacidos alrededor de 1950. Por su parte, Elsa Drucaroff se refiere a los miembros de esta ‘generación literaria’ indicando que “pertenecían al último estrato de los protagonistas del 70” (Drucaroff, 61). Se trata de una generación que es, al mismo tiempo, testigo de la euforia militante de los años 70 y de los crímenes y el silencio impuestos por el régimen de la última dictadura.

En el marco de los debates de fines de los años 80 acerca del rol que los intelectuales deben desempeñar en el proceso de retorno a la democracia,[5] resulta sintomático descrédito de los babélicos respecto de cualquier tipo de relación causal entre literatura y vida. Por el contrario, la visión desideologizada de la literatura así como las nuevas modalidades de articulación entre historia y ficción que se promueve desde sus obras, refuerzan el gesto de profundo rechazo de cualquier función social del arte.

En lo que respecta a la cuestión de la ‘época’, tanto Babel como la narrativa producida por estos escritores se inscriben en el tramo final de la década del 80. En efecto, los actores más destacados de la década del noventa van a nuclearse en torno a la revista Con V de Vian que dará lugar a partir de 1996 a Radar. [6]

3. Las distintas secciones de la revista y el trazado de ‘lecturas estratégicas’

Antes de adentrarnos en el análisis de la problemática del olvido, proponemos un breve repaso de las secciones más representativas de la revista y, más específicamente, de “El libro del mes”. En esta sección, que se acompaña de otras como la “Mesa de luz” o “Caprichos”, los babélicos definen qué y cómo se lee.

El análisis de los libros y los escritores tratados en estos sectores de la revista demuestra el amplio margen que ocupan las obras de los nuevos narradores argentinos, pero también la crítica que se ocupa de la literatura nacional. La sección “Caprichos” sirve, en este sentido, como un espacio de creación de afinidades que permite iluminar la concepción de ‘lo literario’ que Babel busca promover.

Al mismo tiempo, el estudio de estas secciones pone en evidencia una serie de ‘lecturas estratégicas’ que operan en dos direcciones. De una parte, en estos espacios se apuesta a una relectura de ciertas obras y autores que permiten a los babélicos diseñar un panteón literario alternativo. Se trata, a nuestro entender, de lecturas ‘productivas’ en la acepción borgeana del término: lecturas que conducen a la escritura y que contribuyen a la creación de genealogías literarias inusitadas, a la creación de ‘precursores’ literarios. En un segundo movimiento, estas lecturas actúan sobre el presente preparando el campo literario para lograr una repercusión favorable de sus propios escritos. En efecto, estos nuevos ‘modos de leer’ contribuyen a legitimar  la circulación y la recepción de los textos literarios de los jóvenes escritores.

Un caso paradigmático de este tipo de lecturas estratégicas está representado por el rol de ‘precursor’ que se le atribuye a Borges desde las páginas de Babel. Más particularmente, la publicación de su ensayo “El escritor argentino y la tradición” permite a los babélicos abrir una nueva etapa del debate acerca del lugar que debe ocupar la expresión de ‘lo propio’ y la búsqueda de color local en la literatura.

Leyendo a Borges contra Borges, los escritores tensan los términos del  debate y reivindican la apuesta por el exotismo y el ‘autoexotismo’ como modos de experimentación literaria. Permítasenos señalar una última curiosidad significativa en lo que respecta a la reapropiación del ensayo que propone Babel. Como destaca Sebastián Hernaiz (7), “El escritor argentino y la tradición”, publicado en el número 9 de la revista aparece datado de 1932 mientras que, en verdad, se trata de una conferencia dictada en 1951 y publicada en 1953. Esta confusión de las fechas del texto de Borges aparece como un gesto sintomático que puede servirnos para pensar la actitud paradojal que Babel mantiene respecto de la relación entre literatura y política pero también entre ficción e historia. Ciertamente, la argumentación borgeana acerca de la necesidad de prescindir del color local no puede ser correctamente interpretada si no es a partir de una confrontación con el peronismo y el nacionalismo vigentes en 1950. Se trata del mismo gesto de borrado de la historicidad, y por ende de su carga política, que habíamos señalado al referirnos al editorial del primer número de Babel.

4. Literatura y política: nuevas formas de colaboración entre historia y ficción

Tras la presentación de las líneas directrices de la revista, nos concentraremos en la productividad del olvido como una de las estrategias esenciales que intervienen en la búsqueda de nuevas formas de colaboración entre literatura y política. Como anunciamos en la introducción, la reivindicación de un ‘olvido productivo’ permite a ciertos escritores que participan de Babel posicionarse contra las escrituras bajo el signo de la memoria y el exilio que adquieren un rol hegemónico durante el periodo de transición democrática.

Esta hipótesis debe ser cotejada en el marco del contexto histórico y político de aparición de Babel. Se trata de un contexto signado, de una parte, por una serie de empresas que van a enfatizar el ‘deber de memoria’. De esta misma época datan, asimismo, las leyes conocidas como “De Punto Final” (1986) y de “Obediencia debida” (1987) que significan el fin de toda posibilidad de iniciar procesos judiciales a las personas comprometidas en la represión durante la última dictadura.

Considerada en función de esta contradictoria configuración, no resulta sorprendente que la fuerte impronta política de la reivindicación del olvido por parte de estos escritores haya sido generalmente obliterada por la crítica contemporánea al grupo. Nos concentraremos así en dos artículos de Martín Caparrós y Héctor Schmucler, y en una entrevista que reconstruye la polémica entre Alain Pauls y Miguel Briante, con el objetivo de deslindar qué tipo de relación entre política y literatura se sostiene desde las páginas de Babel.

Antes de adentrarnos en esta problemática, recordemos que la literatura escrita durante y después de la última dictadura argentina (1976–1983) ha sido durante mucho tiempo analizada bajo el prisma de la escisión entre un ‘adentro’ y un ‘afuera’. Precisamente, una de las estrategias ideológicas de la fase histórica del Proceso[7] consistio en intensificar las fracturas del medio intelectual que podría sostener un discurso ‘otro’ frente al monólogo del discurso oficial. En este sentido, la división entre los que se fueron y los que se quedaron parece reflejarse en las poéticas de los escritores ya por un temor excesivo al olvido, consecuencia necesaria del exilio, ya por la exigencia de memoria de los que escriben desde ‘adentro’.[8]

Esta fractura tajante comienza a ser puesta en tela de juicio en los debates literarios de la transición democrática. La escisión puede ser, entonces, pensada como un efecto de las políticas oficiales y no ya como un fenómeno espontáneo del campo intelectual. No obstante, esta dicotomía entre poéticas cuyos principios parecen, a primera vista, irreconciliables, persiste aún en el discurso de Babel.

Desde esta perspectiva, el debate entre Briante y Pauls que tuvo lugar en Página 12 y El Porteño, pone en evidencia la voluntad de los babélicos de diferenciarse de un tipo de literatura de ambiciones ‘trascendentalistas’ que intentaría retomar el tipo de compromiso político de la generación del 60. La estrategia de Pauls consiste en rechazar las acusaciones de presunta frivolidad o bien de ausencia de carácter político de sus novelas, reivindicando una tradición literaria alternativa:

En el país existieron tres grandes escritores que trabajaron la relación literatura/política al punto de volverlas indiferenciables: Rodolfo Walsh, Osvaldo Lamborghini y Manuel Puig. Los tres están muertos, pero esa es la tradición que yo elijo (Warley, 37–39).

Estas estrategias de un reposicionamiento de este canon literario alternativo son  determinantes para un grupo de jóvenes escritores que buscan inaugurar nuevas formas de articulación entre literatura y política.

Paralelamente, la desaparición de Los libros permite a Babel asumir un vacío referencial como punto de partida y límite de sus propuestas. Siguiendo la lectura de Jorge Panesi, la revista parece venir a ocupar aquella plaza vacante de la crítica literaria argentina cuya huella deviene patente en el campo intelectual  de mediados de los años 80. En un artículo publicado en el número 10 de la revista, Martín Caparrós enuncia los principios contra los cuales se rebela Babel. Se trata de un rechazo de aquél mito según el cual la literatura debería orientarse a “interactuar valientemente con la vida, a rectificarla, a revelarle la verdad, a encauzarla” (Caparrós, 43). Frente a esta literatura “Roger Rabitt”, Babel reclama escrituras que construyan su propia genealogía a partir de un vacío, descartando los antiguos mitos y haciendo del desierto el sitio simbólico en el que anclar sus raíces:

El desierto. Hay un lugar que es territorio por excelencia en la literatura argentina […] Revertir el mito. Hacer del vacío un exceso fue una forma de extrañamiento […] Aquí, sospecho, la tradición es otra; no sólo el rechazo del Roger Rabitt, sino también una afirmación de independencia, de autonomía (Caparrós, 44).

Este despojamiento de la historicidad y del valor del arte está en la base de la idea de la literatura como un vacío que es característica de Babel. No se trata, sin embargo, más que de un rechazo aparente. El descrédito de la historia está, en este sentido, asociado a un tipo de escritos que vendrían a  promover aquello que Caparrós denomina una “pornografía de la desaparición”. El escritor explicita las razones de su desagrado respecto de este tipo de textos:

Ya lo sabemos: en la Argentina, cuerpos fueron agredidos, mutilados, corrompidos y, sobre todo, ocultados, desaparecidos. Hubo textos en los setenta y los ochenta, que lavaron las manos de sus conciencias hablando, parloteando de ese inefable […] Creo que, en nuestras novelas, los cuerpos están elididos, desenfocados, inhallables (Caparrós, 45. Subrayado nuestro).

Siguiendo este razonamiento, podemos trazar una línea de continuidad con aquel artículo de Héctor Schmucler publicado en el número 9 y que lleva el sugestivo título “La única verdad es el relato”. En un guiño a la conocida frase de Perón “la única verdad es la realidad”, Schmucler subraya el rol indispensable que desempeña la ficción en nuestra percepción de la realidad, y más específicamente, en la construcción del relato de la historia con su gran ‘h’:

La Argentina es un país de relatos que preceden a la historia, que la hacen. País sin mitos fundadores, sin pasado para recordar, sin lugar de regreso, construye permanentemente su realidad. Cada día el país parece concluir; cada día se reinventa. Los argentinos ofrecen permanentemente una sensación de naufragio y por eso mismo el olvido se ensaña con particular rigor. Es imposible recordar —acumular en el corazón— catástrofes cotidianas y seguir viviendo sin enloquecer o, al menos, sin una sensación insoportable de ridículo. El olvido nos salva del ridículo (Schmucler, 28. Subrayado nuestro).

Es en el marco de esta reflexión que a nuestro entender, debe analizarse el descrédito de la memoria entendida como una forma de filiación literaria que promueven los babélicos. Al mismo tiempo, la apuesta por un tipo de literatura que pueda reapropiarse de los mitos y de los motivos literarios argentinos transfigurándolos con la potencia renovadora del olvido, sólo puede ser captada en el marco de estos debates. Justamente allí reside el potencial político de esta vindicación.

 Copi y Chejfec: una dinámica particular entre escritura y memoria

“¿Qué territorio pertenece a quien no recuerda un pasado?” (Pauls, 4)

Quisiéramos analizar, a modo de cierre, cómo estas tomas de posición respecto de la articulación entre literatura y política e historia y ficción, se espejan en la elección de los “libros del mes” de Babel. Para ello, nos ocuparemos de las novelas de Copi y de Sergio Chejfec, como ejemplos representativos de un tipo de operación crítica que predomina en la revista.

El caso de Copi es particularmente interesante puesto que se trata de un escritor de los hasta entonces considerados ‘menores’, que los babélicos van a intentar reposicionar. En este sentido, el ensayo intitulado Copi (1991) que César Aira le dedica se inscribe dentro de una serie de estrategias críticas que tienen por objetivo hacer de Copi uno de los miembros de la genealogía literaria alternativa con la que se intenta desestabilizar una determinada concepción del canon literario nacional.

Como anunciamos, el “libro del mes” del número de marzo de 1990 es La Internacional Argentina de Copi. Retomando las hipótesis que hemos defendido a través de este artículo, no parece una coincidencia que Matilde Sánchez destaque la potencia del olvido como ejercicio de lectura de la tradición nacional, como una de las estrategias más originales de la obra de Copi. Más precisamente, la autora reivindica en esta novela la idea de “escribir como ejercicio de memoria fugaz, para después olvidarlo todo” (Sánchez, 4–5), como un principio de escritura que reaparece en varias obras del autor.

La Internacional Argentina es una novela ‘de argentinos’ que trata sobre un país que se ha vuelvo ideal por obra del olvido. Desde esta perspectiva, la novela encarna aquello que Caparrós define como la narrativa del “exilio perfecto”, a saber: una literatura argentina que se escribe “porque ya no hay Argentina”, haciendo del exilio “la condición de la escritura” (Caparrós, 45).

Comparemos, finalmente, la dinámica entre escritura y reconstrucción de la memoria pero también la concepción de la ficción como construcción de nuevos mitos de la Argentina, tal como aparece, en la nota dedicada a Lenta biografía de Sergio Chejfec, el libro del mes de mayo de 1990. Pauls (1990, 4) escribe la nota central sobre esta novela que, a su entender, se presenta como una triple reconstrucción trunca: la autobiografía de un hijo que intenta dar forma a la biografía del padre —exiliado polonés durante la segunda guerra mundial— quien, a su vez, trata de reconstruir su pasado europeo en las sobremesas interminables con amigos que han, ellos también, buscado exilio en Buenos Aires. Podemos agregar a la lectura de Pauls, que el triple fracaso de estas empresas a partir del cual se teje la trama de la novela consiste, sobre todo, en la imposibilidad de simultanear dos espacios y dos tiempos para hacerlos confluir en un único relato. Ciertamente, el pasado europeo y el presente demasiado húmedo de la Argentina, coexisten como universos paralelos cuyos sentidos permanecen igualmente opacos e inaccesibles. La imposibilidad de traducir el sentido de estas dos situaciones, se refleja en la incomprensión que persiste entre las dos lenguas: la del padre y la del hijo.

Significativamente, la nota de Charlie Feiling traza una línea de continuidad entre Lenta biografía, la obra de Copi y la de Juan Rodolfo Wilcock. El punto de contacto entre estas obras reside, precisamente, en el abandono de una determinada poética del exilio o de la memoria que se revela incapaz de dar cuenta de los hechos del pasado —argentino o europeo. Feiling destaca así el carácter profundamente innovador de la novela de Chejfec: “Sergio Chejfec no se ha tomado el trabajo de hacer literatura argentina, sino que ha abordado la tarea mucho más importante de escribir una buena novela en la Argentina” (Feiling, 5).

Desde esta óptica, y considerada a partir de la sombra tutelar de Borges que sobrevuela la publicación, no resulta sorprendente la importancia que adquiere en Babel la reivindicación de la “argentinidad” de obras como las de Copi, Gombrowickz, Wilcock o Saer. Estos autores se vuelven figuras centrales de Babel porque son obras escritas en la intersección de dos culturas o incluso escritas en otra lengua, que precisan ser “traducidas” —en un doble sentido literal y metafórico del término— para ejercer su influencia en el canon literario nacional.

5. Conclusión

Nuestro análisis de Babel. Revista de libros espera haber puesto en evidencia los movimientos de reposicionamiento que se operan en el campo literario argentino en la bisagra entre los años 80 y 90, a partir de una determinada concepción la articulación entre literatura y política. Alejándose de los modelos de literatura hegemónicos en 1960 y 1970, los escritores de Babel van a sostener la posibilidad de utilizar el discurso histórico como punto de partida de la ficción, sin por ello pretender trazar relaciones causales y simplificadoras que servirían como falsas claves interpretativas para entender el presente.

Por otra parte, la confrontación entre los postulados teóricos defendidos en la revista y el tipo de escritura que producen sus miembros o colaboradores directos, da cuenta del carácter por momentos paradojal que caracteriza el cruce entre literatura y política, historia y ficción en Babel. Basta pensar, en este sentido, en novelas como Villa (1995) y Ni muerto has perdido tu nombre (2003) de Luis Gusmán; Nadie alzaba la voz (1994) de Paula Varsavsky, Las islas (1998) y El secreto de las voces (2002) de Carlos Gamerro, Los planetas (1999) de Sergio Chejfec, La experiencia sensible (2001) de Fogwill o Dos veces junio (2002) de Martín Kohan. Obras publicadas a partir de la segunda mitad de 1990 y el comienzo de 2000 por escritores cercanos a Babel, que proponen nuevas formas de narración de los crímenes cometidos durante la última dictadura.

Así, ciertas estrategias literarias como el exotismo, la construcción de una ‘perspectiva exterior’, la proliferación de topografías imaginarias o bien la rehabilitación de ciertos “géneros menores” como el relato de viajes o de aventuras, permiten a los babélicos explorar nuevas formas de colaboración entre historia y ficción. Al mismo tiempo, el rol innovador de ciertas operaciones analizadas en este artículo —la reivindicación del carácter productivo del olvido, de la autonomía de la literatura frente a ciertos mandatos externos o bien la creación de una tradición literaria alternativa—, sólo resulta comprensible si se lo considera en el marco de una tentativa por legitimar una concepción de lo literario que pudiera hacer frente a las escrituras bajo el signo de la memoria y del exilio de los años 60 y 70 pero también a la literatura de los ‘narrativistas’.

Al mismo tiempo fiel y desobediente respecto de la herencia borgeana, la dinámica particular entre lectura y olvido que ha servido de hilo conductor en nuestro análisis de la revista, da cuenta de una voluntad de liberarse del legado de ciertos ancestros literarios para reconstruir, desde el presente, una genealogía de precursores que ‘abran cancha’ a las escrituras de los babélicos.

Bibliografía

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Enlaces adicionales

Ø Sobre la revista Con V de Vian véase este blog de Hernán Vanoli.

Ø Una entrevista de Mauro Libertella a Luis Chitarroni, Martín Caparós y Alan Pauls “a 20 años del cierre de Babel” en Clarín, 17/06/11

Ø  Artículos en línea de Roxana Patiño sobre revistas literarias y culturales argentinas de los ochenta y sobre Babel de Mariana Catalin en la sección “teatro de revistas” del número 12 de la revista No-retornable.

 



[1]     Tesis realizada en el marco de un Master 2 interdisciplinario en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Paris) y defendida en junio de 2013 frente a un jurado compuesto por Roger Chartier y Annick Louis.

[2]     Hasta el número 5, Babel es editada por la Cooperativa de Revistas Independientes que publicaba El Porteño. A partir del número 6 la publicación pasa a la editorial Puntosur. En lo que respecta a la conformación del consejo de redacción de Babel, seguimos el estudio de V. Delgado: “El consejo de redacción de la revista está constituido hasta el número 3 por Martín Caparrós y Jorge Dorio a cargo de la dirección periodística, Guillermo Saavedra como Jefe de Redacción. En el n° 4 Caparrós y Dorio aparecen como directores y Saavedra como jefe de redacción. En el n° 5 la revista tiene una secretaría de redacción, puesto que ocupa María Moreno durante los números 5, 6, 7. En el n° 9 María Moreno deja la secretaría de redacción y este rol lo cumple Salvador Pazos. En el n° 9 Saavedra aparece a cargo de la dirección periodística hasta el n° 19 en que deja la revista. En los números 20, 21, 22 Christian Ferrer es el jefe de redacción. De la coordinación y la corrección se encargan: Eduardo Mileo (números 1 a 6, y 13 a 16, quien el n° 17 ocupa la secretaría de redacción hasta el último número), Alejandra Cowes (corrección en el n° 7). Ada Solari números (8, 9, 10, 11, 12). No se consignan los datos de esta tarea en los números no citados. Como jefes de arte se desempeñan Eduardo Rey (números 1 a 9), Elias Rosado (números 10 a 17), Fernando Luis Amengual números 18 a 22), como colaboradores de arte: Julieta Ulanovsky, Silvia Maldini, Sabina Monza, Hugo Flores, Alicia Rey, Andrea Salmini” (Delgado, 3).

[3]     Recordamos que los números 1, 2, 3, 4, y 5 de Babel son editados por la Cooperativa de Revistas Independientes que publicaba El Porteño y, desde el nº 6, pasan a la editorial Puntosur.

[4]     En una entrevista con Mauro Libertella, Alan Pauls señala: “Sí, pero también es cierto que para ese momento muchos ya habíamos trabajado en periodismo, y había ahí un capital intelectual acumulado, mucho más importante quizás que el capital literario acumulado. Vos, Martín, habías trabajado mucho en periodismo. Guebel y yo habíamos trabajado en Humor desde el 85. Hay que pensar eso. En Babel confluyen las dos cosas: un cierto deseo específicamente literario, de nosotros como escritores, y después carreras o voluntades de poder periodísticas. Martín y Dorio tenían una apuesta fuerte al periodismo, desde muy temprano (…)" (Libertella 2011, 4).

[5]     Bosteels y Rodríguez Carranza (1995, 314) subrayan el paralelismo entre la situación de los intelectuales entre 1989 y 1991 y aquella que caracterizó el período 1969–1971, fundamentalmente, a partir del debate sobre su función en la sociedad.

[6]    Para un panorama más detallado acerca de los puntos de contacto y de distanciamiento entre los actores literarios más sobresalientes de los años 80 y 90, véase Sylvia Saítta (2004).

[7]     El Proceso de Reorganización Nacional (1976–1983) es el nombre con el que se autodenomino la última dictadura militar de Argentina. Tras derrocar al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, se inicia una etapa que suele ser denominada como “el Proceso”, caracterizada por el terrorismo de estado, la violación sistemática de los derechos humanos, la muerte y desaparición de miles de personas.

[8]     Para un análisis más detallado acerca de las características de la narrativa producida durante el Proceso, véase: Sarlo, 1987.

Paula Klein (EHESS-UBA)