El Taller Ilustrado

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1885-1889
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Durante el siglo XIX, la sistematización de la enseñanza de las artes -proceso que tuvo como hito fundamental la fundación de la Academia de Pintura en 1849- dio un impulso decisivo a la producción de obras en el medio nacional. Ello trajo consigo la realización de las primeras exposiciones de arte en nuestro país, en torno a las cuales se fue articulando un incipiente circuito artístico que impulsó la profesionalización de la actividad. Dentro de este proceso resultó fundamental también el surgimiento de la crítica de arte, práctica que en sus inicios se desarrolló bajo la forma de crónicas y notas de prensa en las que los autores -intelectuales, artistas o comentaristas aficionados- plasmaban una visión personal de las obras, aún desprovista del marco teórico y conceptual que hoy supone este tipo de discurso. Una de las publicaciones pioneras en la difusión y crítica de las artes en Chile fue El taller ilustrado, semanario santiaguino fundado en 1885 por el escultor José Miguel Blanco. Según las declaraciones de este en el editorial del primer número, la revista fue concebida con el propósito de ofrecer un espacio de contemplación y discusión sobre arte, concebido por y para artistas. A lo largo de cuatro años de circulación, los 183 números de El taller ilustrado incluyen textos narrativos, poemas y artículos de opinión relativos a la enseñanza, la institucionalidad y los exponentes del arte en Chile, a menudo escritas en primera persona. Es por ello que la revista constituye una valiosa fuente para el estudio de la historia del arte nacional del período, ya que da cuenta de los personajes y de las ideas que dieron forma a la escena artística y cultural de la época. La mayor parte de los textos son obra del propio José Miguel Blanco -quien ofició de editor, redactor e, incluso ilustrador de El taller ilustrado- y de su colaborador Francisco David Silva. No obstante ello, fueron numerosos los artistas de renombre que contribuyeron con escritos de su autoría, aunque suelen figurar sin firma o suscritos con algún seudónimo. El periódico recibía también colaboraciones de autores extranjeros como Emilio Castelar, Paul Baudry y Arsenio Houssaye, además de reeditar textos antiguos de escritores ya fallecidos, traducidos al español. Cada número constaba de tres páginas de contenido, introducidas por una portada ilustrada con reproducciones litográficas de obras célebres, proyectos artísticos o, bien, retratos de artistas y personalidades de la época. A cargo de las ilustraciones estuvieron Luis Fernando Rojas, el francés Luis Eugenio Lemoine y los propios José Miguel Blanco y Francisco David Silva, quienes asumieron esta tarea cuando las entregas de los anteriores se volvieron esporádicas. Aunque desconocemos las identidades de los lectores, es de suponer que dichas imágenes contribuyeron a familiarizar al público con creaciones a las que, de otro modo, difícilmente hubieran tenido acceso en una época en la que las publicaciones ilustradas eran aún escasas. Incluso, desde el punto de vista histórico, algunos de estos grabados constituyen actualmente el único testimonio visual que se conserva de las obras aludidas, lo que les confiere un valor documental, añadido a la información referencial que aparecía al interior, dentro de la sección "Nuestro grabado". El ejemplar que ofrecemos digitalizado es uno de los cinco que conserva la Sección Periódicos de la Biblioteca Nacional. Además de su buen estado de conservación, esta copia destaca por contener numerosas anotaciones manuscritas por Arturo, hijo de José Miguel Blanco, que aportan información de enorme interés para establecer la autoría de los textos y las ilustraciones, y precisar el contexto en el que estaban insertas.