Alexandra Pita González: Las revistas culturales como soportes materiales, prácticas sociales y espacios de sociabilidad

  • Posted on: 29 April 2014
  • By: nanette

Introducción

Como ha quedado claro a través de los numerosos trabajos sobre publicaciones periódicas, existe un avance significativo en el tema durante las últimas décadas. De modo gradual, las revistas transformaron su estatus al convertirse en un objeto de estudio. Alejándose de la vieja práctica que las utilizaba de manera esporádica y quirúrgica (para extraer de ella solo la cita de tal o cual autor). El cambio se alimentó de otros debates dentro de la disciplina histórica, relacionados con el cuestionamiento de las características e interpretación de los documentos, así como de la estrecha y compleja relación entre el historiador y sus fuentes.

Aunque el tránsito se encuentre aún en proceso, no quedan dudas que la incorporación de las publicaciones enriqueció la perspectiva de la historia política, social, cultural e intelectual. En especial para esta última área de estudio, la incorporación ha sido de gran importancia, al considerar el estudio de la prensa, en especial de las revistas culturales, una vía esencial para estudiar los intelectuales y sus prácticas. A partir de estos estudios, se ha subrayado el importante papel que jugaron las revistas desde la república de las letras en el siglo XVIII y principalmente durante el siglo XIX y XX. Con ello plantea entender el impacto que tuvieron estos emprendimientos culturales tanto para los grupos que se reunían en torno a ellas, como para la creación de una opinión pública más general. No es casual entonces que veamos que los trabajos sobre revistas abordan también el estudio de los intelectuales, de los lenguajes políticos e ideas filosóficas, artísticas, literarias o políticas que se generan y difunden a través de las publicaciones periódicas. Como plantea Aimer Granados al enfatizar el estudio de las ideas desde las revistas culturales como lugares y contextos de enunciación, se privilegia el estudio completo de los soportes materiales puesto que esto abre un abanico de posibilidades. De especial importancia es para el estudio de las redes intelectuales el ensayo —como género literario predominante, el intelectual como guía y conciencia social, la construcción de los lectores y una opinión pública, la reformulación del campo cultural (literario, intelectual, científico) y asociado a esto, los conflictos y confluencias del juego del poder de la cultura (Granados, 10–12).

Puede decirse que el panorama actual en torno al estudio de las publicaciones periódicas desde la historia intelectual da muestras de las múltiples posibilidades que existen para su estudio. Uno de los caminos a seguir, el que interesa a esta propuesta, es aquel que tiene que ver con entender específicamente de qué manera los términos de soporte material, práctica social y espacio de sociabilidad pueden ser útiles para analizar las revistas culturales como objeto de estudio. Con ello pretendemos ahondar en el debate iniciado por los investigadores que buscan trascender la etapa más o menos descriptiva de estudios singulares, a otra de carácter más reflexivo que se aleje de los estudios particulares para proponer aspectos que alimenten el debate.[1]

Esto requiere cuestionarnos sobre el carácter de las revistas como construcciones sociales complejas. Como micro-espacio de análisis, permiten pensar la dinámica interna del campo intelectual al hacernos accesibles las prácticas y espacios de sociabilidad intelectual implícitas en este tipo de formación. Para adentrarnos a este enfoque, partimos del supuesto que las revistas culturales pueden ser consideradas desde la óptica de Pierre Bourdieu sobre los esquemas generativos como una “estructura estructurada estructurante”.[2] Esta idea no debe ser adaptada de una manera mecánica sino dinámica, en cuanto como plantea el mismo Bourdieu “el análisis estructural constituye el instrumento metodológico que permite desprender la estructura inmanente de cada producción simbólica”. Para ello es necesario comprender que los sistemas simbólicos pueden ejercer un poder estructurante en tanto son estructurados (Bourdieu 2005, 67). En este sentido, más que como un marco teórico la idea sirve como disparador en este trabajo para plantear que las revistas pueden ser analizadas en tres dimensiones: como una estructura (soporte material), estructurada (por la práctica social) y estructurante (del espacio de sociabilidad). El esquema no implica que existe una linealidad en el orden y por lo tanto una preponderancia que nos lleve a pensar que sólo el primer factor es activo mientras los otros son una consecuencia pasiva como un producto o resultante. Por el contrario, al pensar esta conjunción lo hacemos como un condensador de sentidos que se encuentran en permanente interacción, puesto que es evidente que la revista como espacio de sociabilidad define también a su materialidad como soporte, y que éste tiene una influencia significativa en las prácticas de quienes participan de la publicación. Cabe aclarar empero que la intención del presente ensayo es limitada: pretende complejizar el estudio de las revistas a través de una reflexión en un primer apartado de aquello que han interpretado otros investigadores sobre estos tres términos, para en un segundo dedicarnos a presentar la posibilidad de observar estos tres elementos en interacción a través de seleccionar aquellos momentos vitales de una publicación para entender en cada uno que peso tuvieron estos tres factores.

1. Puntos de partida

a) Soportes materiales, dispositivos culturales y prácticas

Durante las últimas décadas, la Historia Intelectual ha tenido un desarrollo importante como área al trascender el estudio del intelectual como sujeto de estudio, para preguntarse por “las prácticas vinculadas al dominio discursivo”. Al analizar simultáneamente las obras, sus autores y los contextos donde fueron producidas y recibidas, se intenta ahondar en la complejidad de los procesos implícitos en los textos impresos. El debate teórico en torno a esto se ha nutrido por los aportes de otras áreas de estudio como lo son la historia de las ideas, de la filosofía, de las mentalidades y la historia cultural (Granados/ Matute/ Urrego, 7–8). En especial, de esta última se deriva una línea específica de la investigación conocida sobre la historia del libro, la cual ha generado una importante reflexión sobre los soportes materiales o, como algunos gustan denominar, dispositivos culturales. Desde esta perspectiva, se señaló que este tipo de impresos son un tipo de material particular en cuanto su capacidad no se circunscribe a la concreción de ser un medio, sino al mismo tiempo, un discurso. Esta afirmación sobre la dualidad interrelacionada fue puesta de manifiesto hace varias décadas cuando Michel Foucault puso énfasis en el carácter de los dispositivos culturales. Al estudiar los sistemas de poder desde una perspectiva que observaba tanto lo micro como lo macro, consideró que a estos como los “procedimientos técnicos minúsculos que, al jugar con los detalles, han redistribuido el espacio para hacerlo el operador de una vigilancia” (cit. en Certeau, XLIV).

Los trabajos que se inscriben en esta área de estudio han mostrado la dificultad y riqueza al analizar el libro como soporte, puesto que remite a la compleja trama de las relaciones materiales de la vida intelectual. Puntualmente, se han estudiado aspectos como la apropiación y reapropiación de dispositivos culturales, así como las estrategias y tácticas de los numerosos actores sociales que intervienen como productores, mediadores y destinatarios (editores, autores, lectores, distribuidores). Como afirmó Robert Darnton, es evidente que esta línea interpretativa no nace con la reciente historia del libro, dado que sus antecedentes se remontan al Renacimiento y su estudio como objetos materiales al siglo XIX. Sin embargo, para el autor se debe a esta nueva corriente el que desde la década de 1960 se estudie al libro como tema, a través de nuevos planteamientos que provienen de varias disciplinas. (Darnton, 136–37)

Este universo de análisis ha permeado la historia intelectual, enriqueciendo la posibilidad de ahondar en el estudio de la edición como lugar de sociabilidad. En él, juega un especial papel el análisis de los itinerarios como procesos individuales o grupales que permiten comprender la trayectoria a través de la cual se conjugan numerosos factores. Una forma de aproximarse ha sido a través de investigar los itinerarios de los editores. Estos han sido redescubiertos como mediadores culturales de gran relevancia, puesto que su labor conjugó la necesidad de insertar la obra en un mercado específico, con el cuestionamiento del contenido de la misma, y por lo tanto, es un ejemplo de cómo se conjuga el punto de vista externalista e internalista en la Historia Intelectual (Dosse, 2007). De este modo afirma Françoise Dosse, la atención puesta en los soportes como dispositivos culturales lleva implícito el tomar en consideración el texto y el contexto, en tanto este último es indispensable para entender los modos de apropiación como “una experiencia intersubjetiva” que se encuentra siempre vinculada a las formas de hacer, esto es, a las prácticas —y no a las políticas culturales—, entendiendo por éste un diálogo que se construye a través de este ejercicio permanente (Dosse 2002, 171–173).

Por lo dicho hasta aquí, es posible entender las revistas como “una estructura esencial de sociabilidad” que permite observar la dimensión política y cultural, así como las redes de sociabilidad de estos microclimas singulares. Para comprender el porqué de su éxito para el estudio de los agrupamientos intelectuales, Françoise Dosse propone retomar el concepto de afinidad electiva de Michael Lowy para entender “la analogía estructural, de un movimiento de convergencia, de una atracción recíproca, de confluencias activas” (Dosse 2002, 56). Esta concepción es preferida por el historiador francés a la del campo intelectual de Bourdieu puesto que en ésta el sentido recae más en la oposición, en la batalla como estrategia de asociación. A esta noción agrega otra, como es la noción de sociabilidad intelectual de Maurice Agulhon, la cual considera de gran utilidad para comprender las asociaciones voluntarias que se encuentran implícitas en esta noción. Esto no implica para Dosse que deban olvidarse las luchas del poder, puesto que —como recuerda para el caso específico de revistas— éstas aparecen como redes que al encontrarse expuestas a permanentes cambios se reconstruyen (Dosse 2007).

Aunque es claro que el proceso de intercambios y transferencias que ha sufrido el concepto de soporte al ser estudiado en ambas áreas de estudio, es sintomático que los trabajos realizados sobre las revistas desde la historia intelectual siguen enfatizando el aspecto de la práctica de los intelectuales. Los ejemplos de esta vinculación entre campos son numerosos, pero su breve mención sirve tan solo para enfatizar la idea de que, una vez que las revistas son estudiadas como soporte y práctica —compartiendo el impulso abierto por la historia de los libros—, una de las formas más importantes de interpretarlas es entendiéndolas a partir de su fuerte vinculación (y competencia) entre campo intelectual y campo político. Por todo esto podemos sintetizar junto con Regina Crespo que el “inevitable y problemático cruce entre la cultura y la política”, es un área especialmente rica para trabajar desde las revistas, pero que para se logre avanzar en la materia se requiere de una mayor retroalimentación interdisciplinar entre —al menos, agregaría— la literatura, sociología e historia (Crespo 2012, 12).

b) Práctica, sociabilidad y espacio

Si enfatizamos la relación a la práctica social implícita en este tipo de publicaciones, es necesario señalar, como se hizo desde el pionero estudio de John King sobre la revista argentina Sur, dirigida por Victoria Ocampo, que las revistas constituyen una fuente de especial riqueza para analizar la constitución del campo literario y artístico. Para afirmar su estudio, King se apoya en la idea de Raymond Williams sobre los agrupamientos culturales, al considerar las revistas como un instrumento de suma utilidad para conocer la organización interna de un grupo y sus relaciones reales o propuestas con otros grupos. Esto implica observar las revistas como espacios de solidaridad pero también de enfrentamiento. De algún modo esta idea lleva implícita la necesidad de observar las publicaciones periódicas como un microcosmos del campo intelectual, esto es, escenarios virtuales con fines interpretativos y consagratorios de alta densidad a través de los cuales se pretende alcanzar visibilidad y reconocimiento tanto dentro del grupo de origen como fuera de sus límites (King).

Para adentrarnos en este aspecto, es necesario trazar a grandes rasgos los orígenes del término sociabilidad en el ámbito académico. Pese a que el estudio de las sociabilidades fue abordado desde la Sociología desde el siglo XIX para analizar las sociedades contemporáneas, fue recién en el siguiente siglo cuando fue incorporado a los estudios históricos, de la mano de los trabajos de Maurice Agulhon. A partir de sus trabajos, se generalizó el sentido de sociabilidad como “sistemas de relaciones cuya naturaleza, nivel de sujeción de los miembros, número de integrantes y estabilidad nos e hallan estrictamente pautadas, pero que provocan la vinculación y la gestación de sentimientos de pertenencia–solidaridad entre los integrantes” (Caldo/ Fernández, 1017). De este modo, el concepto permitía incluir las experiencias formales de asociaciones como las informales que se realizaban a través de espacios de sociabilidad, así como ampliar los actores sociales al permitir el tránsito de sectores altos a populares (Caldo/ Fernandez).

A partir de estos planteamientos, creció el interés por estudiar todo tipo de asociaciones formales o informales (círculos, ateneos, cafés, tertulias, salones, etc.) desde la comprensión del espacio en el que se desarrollaban las prácticas. Los resultados son numerosos para comprender la vida política y cultural europea —con especial énfasis en el caso francés—, por lo que poco a poco se plantearon periodizaciones y procesos para comprender el surgimiento y sobre todo las transformaciones de estos espacios de sociabilidad. Como afirma Paula Bruno, para el caso latinoamericano los estudios del tema llegaron décadas más tarde, pero se enriqueció con un debate propio al aceptar que los esquemas de interpretación para pensar la sociedad europea no se sucedían en el tiempo de manera similar. Pese a este avance en la utilización de las nociones de sociabilidad, los estudios desde la Historia Intelectual para comprender las sociabilidades culturales de los letrados han sido menos extendidos (Bruno, 161–62).[3]

Pese a la recurrente afirmación sobre los ámbitos donde transcurre la vida intelectual, es difícil encontrar trabajos que específicamente analicen las revistas como espacios de sociabilidad. Posiblemente esto se deba a que, como afirmó Óscar Terán al estudiar la revista peruana Amauta, es evidente que la prensa y el periodismo en general fueron “ámbitos estratégicos de sociabilidad y producción literaria”, por lo que es necesario considerarlos junto a otros espacios como las tertulias de cafés y las redacciones de los periódicos (Terán, 175). Para Fernando Rodríguez esta similitud como espacios hace que plantee que las revistas y las editoriales —de las cuales dependen—, sirven para “marcar un territorio de encuentro” donde se da lugar a los debates que ellas mismas generan. Por ello, deben ser consideradas como ámbitos que señalan el cotidiano andar de los intelectuales en espacios que van de la universidad a las redacciones pasando por los cafés y otros cenáculos (Rodríguez, 8).

Esto lleva a pensar que al iniciarse los estudios desde el campo de la sociabilidad como práctica más que como espacio, se utiliza en ocasiones como sinónimo de un espacio cultural que tiene una frontera imprecisa. Este espacio cultural se confunde por momentos con el público al pensar en las revistas como una práctica de intervención cultural en la sociedad, un acto de legitimación de un grupo frente a otros a través de la utilización de la opinión pública. Esto recuerda lo que planteó Beatriz Sarlo al representar la revista desde el posible conflicto, para observar el acto de creación de una publicación como un voluntarismo intelectual en busca de intervenir en su presente. La autora asume que las revistas crean geografías culturales tanto como espacios concretos —por donde circula una publicación—, como imaginario —donde se ubican idealmente. Como intervenciones originales, las revistas pueden relacionar ambos espacios con mayor o menor tensión, superponerlos o por el contrario presuponerlos, es decir, que vivan en mundo paralelos (Sarlo y Altamirano, 12).

Esto supone utilizar la idea de espacio cultural a partir de la noción del espacio general, entendido como territorio con límites, para asimilarlo al núcleo de una identidad colectiva que despliega estrategias para delimitar el perímetro de “lo que contiene y es contenido por un contexto”. Siguiendo esta idea, el contraste con lo opuesto (entendido en clave de aquello que queda fuera de mi territorialidad espacial), es esencial para entender la membresía de los habitantes de esa territorialidad como conjunto, con la multiplicidad de vínculos entre sus componentes, sus alianzas y confrontaciones (Quiroz, 24–25). La falta de un debate en torno al uso del término espacio en la historia complica la diferenciación entre el carácter metafórico (abstracto) de los espacios concretos y del uso coloquial para definir ámbitos, organizaciones, estructuras y redes (Pappe, 32–33). Sin embargo, no cabe duda que como afirma Claudia Gilman de que las revistas son un elemento fundamental para descifrar los mapas de la época, indispensables para entender esa cartografía de una comunidad que no es únicamente “imaginada” por sus integrantes (Gilman, 464).[4]

2. Propuesta de interacción

a) La problematización

Lo dicho hasta aquí nos muestra hasta qué punto el convertir una publicación en objeto de estudio implica pensar en la múltiple dimensión que pueden adquirir en la medida en que se sumen mayor número de variables y se desagreguen con fines metodológicos las partes que serán consideradas para estudiar una publicación. Tomando como idea disparadora el modelo que tomó Robert Darnton al analizar la historia del libro mediante la selección de un segmento del circuito de comunicaciones sin perder la visión del conjunto “libro” (Darnton), propongo observar las revistas a partir de los momentos vitales. Si partimos del supuesto que no necesariamente las prácticas generan soportes sino que pueden ser éstos los que generen prácticas específicas, y que a su vez la interacción de ambas no puede ser entendida sin los espacios desde y hacia donde convergen, es necesario identificar los cambios o puntos de inflexión en el proceso.

Aunque las características de cada revista hace que estos sean únicos, es posible pensar que existen ciertas coyunturas que se presentan de manera recurrente, como son aquellos asociados al inicio de la misma y los cambios de dirección o de conformación del comité editorial. Aunque esta es una decisión arbitraria tiene una justificación: la pista de la dirección es clave como guía del itinerario de una revista puesto que es ella quien debe mantener una serie de estrategias para asegurar la existencia de estos emprendimientos culturales. Es ella la encargada de construir permanentemente el discurso visual y escrito de la publicación (ya sea que se trate de un director en singular o de un grupo editorial). Si imaginamos la composición humana de quienes participan en una publicación a modo de círculos concéntricos, se ubica la dirección en el centro por constituir el núcleo. A este círculo le sigue otro, conformado por aquellos colaboradores que envían con regularidad artículos o comentarios a la publicación. Comparten con la dirección la responsabilidad de afianzar el discurso visual y textual, más que otros colaboradores secundarios que de manera menos frecuente participan en ella. Entre ambos grupos de colaboradores se encuentra el de los referentes quienes distantes del contexto de enunciación (ya sea porque se trate de personalidades de generaciones anteriores, o de contemporáneos que no pertenezcan al grupo intelectual), participan de manera indirecta a través de una intervención forzada por otros que los citan.

Ahora bien, en esta singularidad de momentos claves (a semejanza de una fotografía que capta en un cuadro la instantaneidad), es posible imaginar la interacción entre las prácticas y el soporte a manera de círculos que se superponen de distintas maneras en cada momento identificado para su estudio. Esto permite señalar en cuales la práctica tiene un peso mayor que el soporte (como estructura estructurante) y en cuales de manera contraria, los soportes juegan un papel fundamental para redefinir viejas prácticas o incluso, generar nuevas (estructura estructurada). La cantidad de conjuntos de ambos círculos debe ser definida según los momentos vitales que defina el investigador como indispensables para su análisis. Sin embargo, y retomando la idea planteada sobre tomar como guía la dirección de una publicación, en el siguiente ejercicio consideraremos dos momentos, el de inicio de una publicación y aquel en el que cambia de dirección, los cuales llamaremos primer y segundo momento respectivamente.

Una última aclaración sobre la propuesta: si tomando el espacio de sociabilidad como aquel que contiene y es contenido por las prácticas y los soportes, podemos identificarlo en el esquema inmediatamente anterior como aquel recuadro que sirve para delimitar las fronteras de la interacción estudiada. Como veremos a continuación, en el microcosmos que representa una revista esta espacialidad es múltiple por estar asociada a distintos lugares físicos (el café, salón, ateneo, universidad, editorial, etc.) y virtuales, generados por la creación y circulación de la publicación. Así, el estudio de una revista debe observar los espacios de sociabilidad intelectual desde que nace la idea de configurar un nuevo emprendimiento hasta que finaliza, enfatizando si en este trayecto se crean nuevos espacios o en algunos casos se resignifican anteriores.

b) Primer momento

Casi por definición se considera como primer momento cuando aparece en circulación el primer número de una publicación. Esto da por supuesto la labor previa desplegada por aquellos interesados en que apareciera (dirección y colaboradores cercanos) para señalar así el punto de partida o de consolidación de un grupo intelectual. Es importante empero, detenerse en esa etapa porque es a través de su estudio que puede comprenderse la importancia o magnitud de una nueva revista. El pensar en este momento como un proceso con etapas, nos ubica en una amplia temporalidad que requiere ser trazada para ubicar sus coordenadas más en su dimensión pasada que en la de su presente. Sin considerarla se pierde la noción de que el primer número es en realidad el fin de un proceso de esa etapa de inicio (la cual a su vez, pensando en temporalidades,  puede ser tan amplio o reducido como el investigador lo decida).

Algunos estudiosos pueden remontarse a las generaciones intelectuales previas en busca de construir el sentido de continuidad que marca la tradición. Otros pueden enfatizar las rupturas implícitas en la nueva generación intelectual que intenta a través de su publicación posicionarse desde el lugar de vanguardia. Pero más allá de la decisión, no hay dudas de que la labor previa es significativa y que para ello es necesario detenerse a pensar y/o, de ser posible, indagar los antecedentes de quienes componen el núcleo editorial. Al hacerlo se descubre un entramado de historias personales y colectivas que se entrecruzan por su participación en numerosas publicaciones. No es difícil rastrear que el o los directores hayan participado como un colaborador asiduo, ni que hayan fundado y dirigido más de un emprendimiento de este tipo durante su trayectoria como intelectuales. Así, comprender el bagaje cultural del director o el grupo editorial ayuda a explicar la facilidad con la que a veces aparecieron estas publicaciones, así como la posibilidad de sobrevivir a los primeros números.

Esta experiencia le permite acceder al manejo técnico que hace posible cualquier edición (formato, extensión, imprenta, precio, distribución, etc.), así como utilizar la compleja red de relaciones necesarias para tejer un nuevo grupo. Al igual que el manifiesto o la primera editorial que aparece en la portada para indicar el espacio donde imaginariamente pretenden ubicarse estos emprendimientos, los nombres de los participantes tienen un carácter programático, al cumplir una función legitimadora de la propuesta que se pretende defender al interior del campo intelectual. Sin embargo, sería erróneo plantear una publicación como el producto o resultante de la consolidación de un grupo intelectual. Por el contrario, si se piensa desde el proceso y no como el producto de algo previo, se cuestiona esta idea homogeneizante que fomenta la unicausalidad y empobrece el análisis, para observar una interacción de variables a través de la cual de manera más fluida se observa como la consolidación de un grupo acompaña el nacimiento de una publicación. De hecho, si pensamos el proceso no desde las prácticas que generan soportes materiales sino a la inversa, puede existir casos en los cuales no estamos frente a la presencia de grupos consolidados anteriormente sino de personas que por afinidad de intereses en un momento dado comienzan a reunirse —y por ende a asociarse de algún modo— gracias al interés común de crear una revista. Dicho de otra forma, una publicación como materialidad no es solo un dispositivo que condensa y refleja el accionar de los intelectuales sino que influye decisivamente en él. No es una forma en la cual se vacían contenidos sino que contiene y da sentido. Así, siguiendo la idea que subraya Claudio Maíz, se plantea la necesidad de no caer en un determinismo interpretativo al condenar que los movimientos preceden a las publicaciones, puesto que perderíamos la posibilidad de observar “una genealogía más dinámica de los cambios” (Maíz, 76).

Si esto nos habla de la interacción de los soportes y las prácticas, es necesario ahora reflexionar sobre los espacios. En este primer momento es necesario plantearlo desde una multiplicidad de ámbitos que van desde las universidades, ateneos, conferencias, banquetes y homenajes, hasta aquellos ámbitos menos formales para la academia pero neurálgicos para la vida intelectual como cafés, plazas, reuniones políticas, oficinas de redacciones, editoriales e imprentas. A través de la utilización de uno o más de estos espacios en los años previos al lanzamiento de la publicaciones es donde se va configurando la idea de que es necesario una nueva revista, definiendo las ideas o lemas esenciales que marcarán su perfil e identidad y poniendo en marcha la organización necesaria para materializarla. Pese a esto, poco y nada se considera en los estudios sobre revistas los recorridos espaciales que señalan la trayectoria realizada por aquellos implicados en su conformación. A veces, se menciona una reunión en tal o cual imprenta, oficina o café, pero poco se piensa en estos puntos cardinales a modo de mapas cartográficos, suponiendo que son los lugares comunes —al menos para el grupo que los frecuenta— y los espacios privados donde se da lugar a esta etapa de planeación.

En especial, se presta una escasa atención a los eventos singulares como los homenajes y banquetes, los cuales, como todo acto semi público dedicado a un personaje, se convierten en espacios de sociabilidad de gran relevancia al ser prácticas desarrolladas en espacios concretos que concentran numerosas tensiones y disputas por un capital simbólico determinado. Además, señalan la variedad de lugares implicados para la planeación y concreción de este tipo de inventos, incluyendo otros ámbitos como salones de universidad, cafés, museos, casas de gobierno, palestras y calles (Pita 2012). Con ello se escapa la posibilidad de entender una serie de eventos que por su efímera aparición no son valorados en su verdadera dimensión para el estudio de revistas culturales. Los banquetes y homenajes son momentos claves para entender las redes intelectuales que bien ya formadas dan muestras en esos actos de su influencia o, si se encuentran en estado de formación, sirven de condensador al reunir en el encuentro un grupo de participantes que puedan apoyar el emprendimiento editorial que se está intentando crear.[5]

Segundo momento

A diferencia de la seguridad con la que se asocia a priori el primer momento con la aparición de una revista, determinar la temporalidad del proceso que ocupa el segundo es una tarea más complicada. Como ya hemos mencionado esta propuesta toma como eje la dirección de una publicación, por lo que el segundo momento iniciaría cuando ésta sufre su primer cambio y finalizaría con el último. Es evidente que al reflexionar en un sentido amplio existe un abanico de posibilidades sobre esto, dado que hay revistas que mantienen la misma dirección durante años —incluso toda su existencia—, mientras otras sufren permanentes cambios en la dirección. Ubicando un punto medio para poder continuar con el planteamiento de este trabajo, se plantea hipotéticamente que una publicación sufre al menos un cambio o ajuste de dirección —pues en ocasiones hay una modificación de lugares entre algunos de los miembros del comité editorial—, durante su recorrido. Dado que la historia de cada publicación tiene ritmos distintos, que pueden significar tras su resolución cambios importantes o solo variaciones en la orientación, estos cambios pueden identificarse como puntos de inflexión que reflejan una significativa reorientación o un quiebre determinante que lleva al cierre de esta publicación.

En algunos casos, los quiebres que dan inicio a un nuevo momento o etapa pueden coincidir con un acontecimiento particular de carácter negativo, fruto de una disputa que se genere dentro o fuera de la propia revista. Estos conflictos en particular son de gran relevancia para entender el perfil que va a adquirir la publicación a través del tiempo. El sello egocéntrico que hace que las publicaciones se construyan en torno a una personalidad relevante, genera que la incorporación de un nuevo ego centro modifique la morfología de la revista. En este sentido, tras su resolución se produce un fenómeno de reorganización por la expulsión de algunos de sus miembros y la integración de otros nuevos, o incluso, por que se modifique la composición de la dirección. Estos cambios en particular son trascendentales para el estudio de las revistas, porque reproducen de algún modo la geografía humana que compone el microcosmos de una red, y además, dan muestras de hasta qué grado el cambio necesita adaptar el discurso visual y textual de la misma, al cambiar la discursividad de imágenes y palabras.

En otros casos, los quiebres se relacionaran a un acontecimiento positivo en el cual la tensión y conflictividad inherente a las organizaciones es menor. Por ello, no se observan expulsiones sino incorporaciones de nuevos miembros en una búsqueda por ampliar su radio de acción y el número de sus colaboradores. A medida que se consolida la propuesta de la publicación es necesario que el grupo aumente en integrantes, lo que permite ampliar el circuito de circulación de la publicación. Este proceso puede señalar el grado de consolidación que va adquiriendo dentro del campo intelectual, o al contrario dar muestras del giro de una revista al convertirse en órganos de expresión de grupos políticos sean partidarios o no. El giro que impone al grupo de que conforma, se realiza a partir de la impronta discursiva que toma —a modo de marcas de identidad— la organización recientemente creada. Los nuevos lemas e ideas deben ser congruentes con el perfil de quienes los enuncian, por lo que es previsible que en estos casos se suceda una modificación radical de la dirección, o al menos una reestructuración importante.[6]

Pese a las diferencias de estos casos, ambos plantean semejanzas que las distinguen a su vez del punto de inflexión anterior durante el primer momento vital de una publicación. De entrada, si ubicamos el proceso temporal implícito en este segundo, vemos como esta instancia puede tener una duración mucho más abarcativa puesto como señalamos puede haber más de un cambio o reajuste en la dirección. Cada uno de ellos responde a la lógica de una coyuntura y como tal debe ser estudiada en su singularidad, pero entendiendo como un conjunto estos cambios pueden ser vistos como parte de un mismo proceso. Por lo tanto en este caso, el peso del pasado como antecedente para entender el origen de una publicación es menos importante que los cambios que se suceden en un tiempo presente que se continúa en la medida que debe mantenerse la aparición de una revista. Esta momentaneidad progresiva no debe ser vista como un síntoma de homogeneidad ni de consolidación, sino al contrario, como un cúmulo de pequeñas y sucesivas discontinuidades que hacen al carácter heterogéneo de una publicación.

Esto implica que el cambio de dirección entendido como proceso es uno, aunque se componga de varios cambios puesto que lo que genera homogeneidad entre los puntos de inflexión es el peso que adquiere el soporte: si en el primer momento era indispensable para dar origen a una revista comprender las prácticas previas desplegadas por la dirección, en el que le sigue, se requiere a la inversa entender que una vez formado el soporte, éste adquiere un peso significativo. Si bien no deja de ser el objeto que deriva de una práctica en cuanto no abandona su calidad de dispositivo cultural, sus atributos van aumentando en la medida en que la revista alcanza un perfil cada vez más marcado. A modo de rasgos sirven a sus integrantes para afianzar o lanzar determinadas marcas de identidad grupal que los diferencien de otras emprendimientos culturales similares con los cuales se encuentre disputando un lugar de privilegio dentro del campo intelectual. Así, se produce una relativa autonomización del soporte que influye en las prácticas que se tomarán posteriormente para asegurar la vida de la publicación. Esto puede tomarse como una medida para observar el grado de homogeneidad alcanzado en un momento dado, no porque se alcance una consolidación monolítica sino como signos de haber superado los puntos de inflexión.

Ahora bien, esto nos lleva a pensar en los espacios por donde circula durante este segundo momento en la vida de una publicación. Si en el caso anterior planteamos que esto se asociaría a una variedad de lugares que iban desde el café hasta las redacciones, pasando por homenajes y banquetes, en este los ámbitos de sociabilidad se circunscriben a un circuito menor cada vez más especializado. La lógica de esto se relaciona a que una vez convocada a la mayor cantidad de personas para involucrarse en un nuevo proyecto editorial, lo que sigue es un proceso de selección más detallado y por ende se reduce la cantidad y tipo de espacios en los que los participantes se reúnen.

La variación es importante en cuanto depende del tipo de perfil de la publicación. Por ejemplo, si esta era el órgano de expresión de un grupo o partido político, principalmente de jóvenes estudiantes, los espacios de sociabilidad van a sumar a los ya mencionados otro que transcurre en torno al claustro universitario, donde se realizan reuniones, conferencias o actos que legitiman la propuesta de tal o cual revista. En cambio, si la publicación mantiene un corte fundamentalmente literario compuesto por escritores, es pensable que se recurra a espacios donde el debate de las ideas se de en otro tipo de entorno, más cerrado, como los cafés y casas u oficinas de alguno de sus miembros. Pese a esta variedad —que lógicamente resulta mucho mayor que los ejemplos mencionado—, es evidente que es en este segundo momento de análisis en la vida de una publicación en donde los soportes van adquiriendo mayor relevancia, las oficinas de la redacción (ya sea esta la casa u oficina de uno de sus directores, o la redacción de otra publicación), representan la localización pública de la revista, es decir aquel lugar al cual si bien no se pretende encontrar a sus miembros (ni siquiera a la dirección de modo permanente) puede enviarse todo tipo de correspondencia (artículos, comentarios, notas, publicidades, cartas, libros o revistas para ser comentados, etc.).

Conclusión

Lo visto hasta aquí nos da muestras de que el tema merece aún de nuevos trabajos para explorar las múltiples posibilidades de análisis que merecen las revistas culturales como objeto de estudio. Parece fructífero retomarlas desde miradas novedosas, que se nutren del uso de términos y categorías de análisis que provienen de la disciplina histórica, así como de otras disciplinas de las que podemos tomar numerosos préstamos como fue en este caso la idea de la estructura estructurada y estructurante de la sociología de Pierre Bourdieu y la de los soportes culturales como dispositivos que estudió la Historia Cultural a través de la Historia del Libro.

Como hemos señalado, es necesario cuestionar algunos principios implícitos en los estudios del tema, como aquel que plantea la dificultad de entender una revista simultáneamente como un soporte y una práctica. Esta aparente contradicción se relaciona a que se asocia el primero a la forma, que es variable, mientras que el segundo término se vincula al contenido, constante y por lo tanto, esencial. Sin embargo, es necesario comprender ambos como un binomio difícilmente separable puesto que es en el dinamismo del vínculo que cada revista adquiere singularidad. A este problema se suma otro, derivado de intentar comprender de qué manera puede incorporarse al estudio de las revistas los espacios de sociabilidad, y cómo vincular esto a los otros dos factores de análisis tomados. De los tres factores que consideramos en este trabajo, es éste el que deja una mayor duda sobre su forma de interactuar con las prácticas y los soportes. Partimos del hecho de que los espacios de sociabilidad no eran un mero resultado de estos, pero el debate merece ser profundizado, acercándonos a la geografía para entender de qué manera complejizar nuestro sentido del espacio cultural. Así, la utilización cada vez más frecuente de términos como mapas, cartografías, geografías y espacios, no serían sólo el préstamo de un léxico sino una significativa incorporación. Hasta que este debate no se realice, la manera en que se conjuga la variable espacial con la de las prácticas y los soportes va a mantenerse restringida.

Para cerrar, queremos añadir dos reflexiones. La primera se relaciona a valorizar las prácticas sociales, las cuales por ser tan evidentes para todos pasan a veces desapercibidas del análisis puntual. Esta valorización empero no significa el retorno a pensarlas como el factor hegemónico y casi determinante de los soportes sino al contrario como ya hemos señalado, desde un lugar dinámico e interrelacionado. De este modo, podríamos pensar las revistas culturales latinoamericanas más allá de su estrecha vinculación con la política. No cabe duda de que el intelectual moderno del siglo XX tiene como intencionalidad usar la cultura como arma para posicionarse en el lugar de guía espiritual de las Naciones (situación que es compartida por el intelectual comprometido siguiendo el modelo dreyfussiano). Sin embargo, no debemos de perder de vista que el campo cultural se maneja fundamentalmente en el ámbito de lo simbólico, donde la complejidad de vinculaciones entre variables, y en este caso la relación entre política y literatura, no es sencilla de dilucidar.

La segunda y última reflexión, apunta a remarcar con aquello que iniciamos este trabajo: el proceso por el cual las revistas culturales se transformaron de medio inherente a objeto de estudio, se encuentra lejos de estar concluido. Algunos de las opiniones señaladas en la primera parte de este trabajo se circunscriben en torno al uso de los términos más que a su puesta en marcha. No basta con mostrar las bondades de estudiar las revistas como un soporte y dotarlas de los atributos de un dispositivo cultural. Es necesario, a la par, poner a prueba los alcances y límites de esta nueva propuesta, al detectar en el carácter material la influencia de lo intangible. Como una comunidad imaginada  que se produce y circula por medios tanto reales como virtuales, aludiendo a colaboradores reales y referentes, a ideas abstractas que se plasman en actos concretos, las revistas se presentan como un objeto especialmente útil para entender esta complejidad.

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Enlaces adicionales

Ø La interacción entre soportes materiales y prácticas sociales también se investigará en el proyecto actual de la autora sobre Redes intelectuales transnacionales.

 



[1]     Es evidente que la reflexión no podría realizarse sin la experiencia previa, la cual en este caso se deriva del estudio de Renovación, Boletín de ideas, libros y revistas de la América Latina, órgano de la Unión Latino Americana, análisis que derivaron en varias publicaciones previas que sólo serán referidas en notas de pie de página cuando sea requerido aludir a algo en específico como ejemplo del planteamiento.

[2]     Al definir el concepto de habitus, Bourdieu utiliza la noción de “conjunto de esquemas generativos”, los cuales poseen historicidad —al ser determinados en un tiempo y espacio— y suponen la “interiorización de la estructura social” al tiempo que se convierte en un agente que produce un cambio. Con ello intenta superar la dicotomía entre la perspectiva individual y social, que toman al subjetivismo y al objetivismo como modelos de análisis. Así, escapando del determinismo de las estructuras, Bourdieu plantea un modelo más flexible que supone su capacidad de ser al mismo tiempo forma y contenido, de ser estructura y estructurar al mismo tiempo (Criado).

[3]     De hecho, el dossier que coordina sobre este tema reúne varios e interesantes trabajos sobre sociabilidades culturales de intelectuales en Buenos Aires de 1860 a 1930, pero entre los espacios por donde circulan estas prácticas de sociabilidad no se incluyen revistas.

[4]     En su capítulo la autora plantea una idea que considero debe ser aún explorada con mayor profundidad, a saber, el que “las revistas subrayaron circuitos que estaban ya presentes en los libros”, y que debe prestarse atención a las dedicatorias de estos y el diálogo o debate que se genera en la comunidad a través de las revistas.

[5]     Por ejemplo, en el caso de Renovación, no puede entenderse su aparición en enero de 1923 sin considerar la densa trama de relaciones que se conjugan en el "banquete literario" realizado en octubre de 1922 en Buenos Aires, para homenajear al mexicano José Vasconcelos. La reunión organizada por la revista Nosotros tuvo un número importante de participantes (diplomáticos e intelectuales o algunos que cumplían en ese entonces ambas funciones), fungiendo José Ingenieros como uno de los organizadores y el orador principal en representación de la intelectualidad anfitriona. Sin este homenaje y el discurso que pronunció en él titulado “Por la Unión Latino Americana” no se puede comprender la red intelectual establecida por Ingenieros para lanzar Renovación a los pocos meses, en enero de 1923. Ver, Pita 2009 (en especial el capítulo 1).

 

[6]     Retomando el caso de Renovación como ejemplo, vemos como después de que la publicación se consolida hasta tal punto que se permite impulsar la creación de una nueva organización llamada la Unión Latino Americana, creada en marzo de 1925 para impulsar los ideales que veían difundiendo en sus páginas. Al transformarse en órgano de difusión, desaparece la mención al primer grupo fundador, el cual había optado por identificarse con el nombre de la publicación para consolidar uno nuevo mucho más amplio en cantidad de integrantes y ambiciosos en sus planes, al pretender coordinar la acción de los “escritores, intelectuales y maestros de la América Latina”, para fomentar entre ellos un sentido de colectividad que les permitiera actuar sobre los pueblos, con el fin de desenvolver en ellos una conciencia subcontinental. A partir de este número, el soporte cambió no solo porque se le agregó al subtítulo el lema órgano oficial de la ULA, sino en su contenido. El llamado de colaboradores latinoamericanos que compartieran este ideal —y de preferencia se adhirieran a la organización— pretendía cambiar un poco el perfil del colaborador anterior, al hacerlo más militante. Algunos colaboradores anteriores como Pedro Henriquez Ureña, Alejandro Korn o Carlos Bunge, se alejarían tras este cambio, pero muchos otros jovenes se acercarían a la redacción. Pese a esto, Gabriel S. Moreau se mantuvo como director, pero desapareció el comité editor anterior y con ello el predominio en la conducción de José Ingenieros. A inicios de 1926, se sumó a la dirección de la revista que llevaba Gabriel Moreau, Fernando Márquez Miranda (quien fungía también como Secretario General de la ULA), Arturo Orzábal Quintana. Esta conformación duró poco tiempo, dado que Moreau muere repentinamente y Orzábal Quintana se desliga de la ULA para crear la Alianza Continental, por lo que quedó solo Fernando Márquez Miranda al frente hasta el año de 1928 cuando asume como director el estudiante peruano exiliado en Buenos Aires, Manuel S. Moreau, quien la conduce  —salvo un breve periodo de interinato por un viaje suyo— hasta el último número del Boletín en agosto de 1930. 

Alexandra Pita González (Universidad de Colima)