Andrea Pagni: Estrategias de importación cultural en revistas del modernismo rioplatense: La Revista de América (Buenos Aires, 1894) y la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (Montevideo, 1895–1897)

  • Posted on: 29 April 2014
  • By: nanette

A la memoria y el entrañable recuerdo de Susana Zanetti

1. Puntos de partida

Importación cultural y traducción literaria

Las revistas culturales que se fundan a fines del siglo XIX en América Latina son parte del aparato de importación de cultura que se arma en esos años en el marco de “la circulación internacional de las ideas” (Bourdieu 1992, 2009). Bourdieu subraya que en esa circulación internacional las ideas viajan en los textos que las transportan, desprovistas de sus contextos, y son interpretadas y puestas a funcionar según los requerimientos y las leyes vigentes en la cultura de llegada. En otras palabras, el sentido y la función de un texto importado estarían determinados más por la cultura importadora que por la cultura de origen.

En esta determinación juega un papel fundamental el “aparato importador” (Wilfert 2002, 2007), o sea el conjunto de prácticas y de actores vinculados a la importación de cultura en base a operaciones generales y específicas de traducción. La importación literaria está organizada en buena medida alrededor de la traducción, pero abarca también otras prácticas —de selección, de edición, de difusión, de crítica etc.

En el caso específico de la traducción literaria, resultan pertinentes las posiciones elaboradas por la teoría de los polisistemas en cuanto a la función de la traducción en el sistema literario de llegada. Itamar Even-Zohar focaliza tres circunstancias en las que la traducción literaria cumple allí una función clave: Cuando una literatura todavía no está consolidada, la traducción permite poner a funcionar la lengua literaria en distintos géneros y formas haciéndola accesible a un público emergente; en el caso de las literaturas periféricas, o menores, o ambas cosas, la traducción permite ampliar el repertorio; en circunstancias de agotamiento de modelos o de vacíos literarios la traducción impulsa el cambio (Even-Zohar, 200s.).

En lo que se refiere a la traducción literaria en el Río de la Plata durante la década de 1890 coinciden las tres circunstancias. A partir de 1870 hace crisis el modelo romántico que había impuesto Esteban Echeverría hacia 1830, y hacia finales del siglo la traducción está implicada en la búsqueda de nuevos modelos. Por otra parte, la modernización de la prensa (el diario La Nación se funda justamente en 1870) genera nuevas condiciones de lectura y escritura para el público emergente como resultado de las campañas de alfabetización, y las publicaciones periódicas (diarios y revistas) constituyen un medio apto para modelar la lengua literaria y ampliar el repertorio en momentos en que la institución literaria no está todavía consolidada.

Revistas

Por su formato, las revistas literarias y culturales promueven la publicación simultánea de diferentes tipos de textos provenientes de entornos lingüísticos, culturales, mediáticos y temporales muy variados que en el espacio de la revista entran en contacto de manera muchas veces inesperada, poniendo a funcionar lo que algunos estudiosos han denominado un “capital relacional” (Mus) y generando redes culturales inéditas.

A partir de 1893, el año en que Rubén Darío llega a Buenos Aires, la aparición de revistas literarias que difieren en su concepción y su espectro discursivo de las que habían circulado hasta entonces en el Río de la Plata —desde El Plata Científico y Literario (1854) hasta la Nueva Revista de Buenos Aires (1881–1885)— es a nivel local, “síntoma[...] premonitorio[...] de una revolución intelectual” liderada por los jóvenes “rubenianos” y “decadentes” contra los “clasicistas” y “naturalistas” (Lafleur/Provenzano/Alonso, 17s.),[1] y a nivel internacional es síntoma de la aparición de un nuevo campo cultural transatlántico.

Estas revistas podrían pensarse como producto de un bricolage, la operación cultural modernista en la definición de Ángel Rama: “una composición de segundo, tercero o cuarto nivel”, que “dada la rica y heterogénea acumulación de productos culturales”, exige “reco­nocerlos como tales en sus particularismos inmodificables, pero someterlos a combinaciones que los redistribuyen, alterando radicalmente por lo tanto sus valores originales, asociarlos en una captación sincrónica y mezclarlos a otros materiales, naturales o no, que disciplinarmente ingresan al nuevo orbe artificial” (Rama, 149–150).

2. La Revista de América y la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales en el campo cultural rioplatense

Este trabajo parte de la hipótesis de la existencia, en el plano local, de un sistema literario rioplatense hasta mediados del siglo XIX que se caracteriza por la contraposición y complementariedad de los subsistemas regionales y luego nacionales, pero sobre todo por un entramado de relaciones entre ambas orillas del Plata. En la segunda mitad del siglo se van perfilando más independientemente los respectivos sistemas literarios nacionales, pero sigue habiendo una interrelación intensa que tiene sus razones históricas y que determina también en los años noventa del siglo XIX la participación de escritores uruguayos en revistas argentinas y viceversa.

La Revista de América (RdA) y la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (RNLyCS) fundadas a fines del siglo XIX en Buenos Aires y Montevideo respectivamente, comparten una serie de rasgos y difieren en un conjunto de aspectos no menores:

Rasgos comunes son, en primer término, la fecha de publicación a mediados de los años 1890 (en 1894, en Buenos Aires, la RdA;[2] entre 1895–1897, en Montevideo, la RNLyCS[3]); luego, el hecho de que ambas revistas sean proyectos de jóvenes editores (José Enrique Rodó y Víctor Pérez Petit, redactores y críticos literarios de la RNL, nacen en 1871 y tienen 24 años cuando aparece la revista; Rubén Darío y Ricardo Jaimes Freire tienen entre 26 y 27 años cuando lanzan la RdA); además hay autores que publican en ambas revistas (el uruguayo Víctor Arreguine, el argentino Leopoldo Díaz, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, Rubén Darío, Ricardo Jaimes Freyre); ambas revistas se inscriben en un discurso americanista (evidente en el título mismo de la Revista de América, no en cambio en el de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, que subraya el carácter “nacional” de la publicación); y finalmente, ambas publican tanto artículos de crítica de literaturas extranjeras como traducciones.

Rasgos diferenciales son, entre otros, la procedencia de sus editores: Rubén Darío es nicaragüense, y Ricardo Jaimes Freyre boliviano —ambos son extranjeros en Buenos Aires, aunque Rubén Darío ya escribía para La Nación y su arribo a la capital argentina en agosto de 1893 iba precedido de su fama como autor de Azul. Los cuatro editores de la RNLyCS (además de los ya mencionados, los hermanos Daniel y Carlos Martínez Vigil) son uruguayos, de familias tradicionales de largo arraigo en Uruguay y capital simbólico heredado; en cuanto a la duración y difusión, la RdA publicó solamente tres números quincenales entre el 20 de agosto y el 1 de octubre de 1894,[4] mientras que la RNLyCS logró mantenerse durante sesenta números quincenales, entre el 5 de marzo de 1895 y el 25 de noviembre de 1897; en lo que hace al espectro discursivo, la RdA se subtitula “Revista de Letras y Artes”, mientras que la denominación de la RNLyCS subraya desde el título, como se especifica programáticamente en el primer número, “el carácter científico y literario de consuno”, atendiendo “solícitamente á aquella rama que está vinculada con lazos íntimos á las especulaciones de la filosofía y al substratum del derecho” (1895, 1, 1). Las páginas finales de cada número están dedicadas, casi siempre, a artículos de jurisprudencia. Es decir que no hay un deslinde tan claro del campo artístico como en la revista de Darío y Jaimes Freire.

El sesgo que adquiere el americanismo en cada una de las revistas, está relacionado, entre otras cosas, con la procedencia de sus respectivos editores, y se hace explícito en cada caso desde el primer número, en la enunciación del programa de la revista:

En el caso de la RdA, las “agendas culturales y estéticas” de Rubén Darío y Ricardo Jaimes Freyre “no eran viables en sus respectivos países. Por eso hicieron de la capital argentina el contexto alternativo“ (Pineda Franco, 28). El programa esbozado en el primer número quiere que la revista sea expresión de “la peregrinación estética que hoy hace con visible esfuerzo la juventud de la América latina, á los Santos lugares del Arte y á los desconocidos Orientes del ensueño”; manteniendo junto al aliento innovador “el respeto a las tradiciones y la gerarquía de los maestros”; trabajando “por el brillo de la lengua castellana en América”, y sirviendo “en el Nuevo Mundo y en la ciudad más grande y práctica de América latina, á la aristocracia intelectual de las repúblicas de lengua española” (1894, 1, 1). El título de la revista es programático y remite —leído en consonancia con esta propuesta inicial—a un americanismo no localista, sino cosmopolita.[5]

La RNLyCS también promoverá el “americanismo literario”, pero desde una plataforma anclada en “el periodismo nacional”, con colaboradores “de mérito reconocido ó indiscutido valer en la república de las letras patrias”, teniendo en mente a “todos los orientales”, como afirma el Programa que abre el primer número (1895, 1, 1), alineándose expresamente en un linaje de revistas uruguayas: El Iniciador (1838–1839), La Revista del Plata (1877–1878, revista de historia), y los Anales del Ateneo (1881–1886) entre ellas y proponiéndose “sacudir el marasmo en que yacen por el momento las fuerzas vivas de la intelectualidad uruguaya” (énfasis mío). En esa misma tónica, Rodó destaca en su artículo “El americanismo literario” (núm. 9, 10 de julio de 1895) que es necesario fortalecer “la conciencia de pueblos enervados por el cosmopolitismo y negligentes en la devoción de la historia” (133).

Los textos programáticos subrayan el americanismo que alienta a cada una de las revistas, pero los modos de realizarlo difieren: al deseo de peregrinación cosmopolita de la RdA la RNLyCS le opone el culto regenerador de la tradición como antídoto contra un cosmopolitismo que considera enervante. Pero ni la RdA se propone hacer tabula rasa de la tradición —ni la RNLyCS se cerrará al cosmopolitismo literario.

La importación cultural

Ambas revistas funcionaron como centros de religación continental y contaron con un importante número de colaboradores hispanoamericanos. Quienes escriben en la RdA son argentinos (Leopoldo Díaz, Julián Martel, Pablo della Costa, Jorge Aguilar, Diego Fernández Espiro, Marco Nereo [i.e. Alberto Ghiraldo]), bolivianos (“Brocha Gorda” [i.e. Julio Lucas Jaimes]), uruguayos (Víctor Arreguine), guatemaltecos (Enrique Gómez Carrillo), venezolanos (Miguel E. Pardo), colombianos (Rafael Núñez), costarricenses (Justo A. Facio), cubanos (Luis Roncoroni), españoles (Salvador Rueda, Carlos Malagarriga) y franceses (Edouard Reyer, radicado en Buenos Aires).

Los principales colaboradores de la RNLyCS son uruguayos (Elías Regules, Manuel Bernárdez, Orestes Araújo, Luis D. Desteffanis, Victor Arreguine, María Eugenia Vaz Ferreira, José P. Massera, Eduardo Ferreira, Tomás Claramunt, Francisco Pisano, Santiago Maciel, José Antonio Mora, José Espalter, Adela Castell, Guillermo P. Rodríguez, Constantino Becchi, Juan Vicente Algorta, Germán García Hamilton), pero hay también un conjunto importante de colaboradores hispanoamericanos, con predominio de los argentinos (Leopoldo Díaz, Leopoldo Lugones, Luis y Emilio Berisso, Manuel B. Ugarte); colaboran también los peruanos Clorinda Matto de Turner (residente en Buenos Aires), José Santos Choca­no y Ricardo Palma, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, el chileno Adolfo Valderrama, el colombiano Abraham Z. López-Penha, el ecuatoriano Joaquín Gallegos del Campo, y los editores de la RdA, Rubén Darío y Ricardo Jaimes Freyre.

Traducción y crítica

En cuanto a la presencia de textos importados de otras lenguas, el peso de la traducción literaria es comparativamente más fuerte en la RdA, que publica en sus tres únicos números dos traducciones del francés por Leopoldo Díaz[6]: de La Leyenda de los siglos de Victor Hugo un poema titulado “1851”[7] (2, 28), y de Leconte de Lisle “La tristeza del diablo” (3, 51–52). Además, Ricardo Jaimes Freyre traduce el prólogo de Emanuel [sic] Signoret (1872–1900) a su poemario Daphné, publicado ese mismo año 1894 (3, 54–56).

La RNLyCS publica en sus sesenta números odas de Horacio traducidas por Víctor Pérez Petit en cuatro entregas (22, 24, 28, 29); dos traducciones del poeta portugués Eugenio de Castro por Rubén Darío y Luis Berisso (47), y en traducción de Ramón de Santiago “[d]irectamente del inglés” seis poemas de Tennyson (“El canto del poeta”, “La casa abandonada”, “Nocturno”, “El águila”, “A la mujer de un soldado”, “Reconciliación”) (30). A diferencia de la RdA, la RNLyCS no publica literatura francesa en traducción.

Ambas revistas incluyen reseñas de traducciones que ponen énfasis en la labor traductora, visibilizando al traductor: En la RdA Jaimes Freyre reseña brevemente “Traducciones de Leconte de Lisle, por Leopoldo Díaz”, destacando que la traducción ha sido realizada “en armoniosos y correctos versos castellanos” (1, 19).[8] A La Divina Comedia, en versión del general Mitre, Jaimes Freyre le atesta “un cuidado prolijo y minucioso que lo lleva á buscar la idea, el giro y aun la palabra exacta para la versión, sacrificando en ocasiones la suavidad armónica y la belleza plástica del verso á la emisión del concepto” (2, 38).[9] En la reseña de una antología “Lectura para todos (Cartagena, Colombia)”, Rubén Darío hace hincapié, solamente, en la traducción del soneto de Heredia “Fuga de Centauros” por A. J. Lopez Penha, y aunque dice preferir la traducción de Fragerio, elogia a López Penha como escritor de “la nueva vanguardia modernista” (3, 60). En la misma sección, Darío reseña brevemente la publicación de un discurso pronunciado por el ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, Dr. Ramón A. Salazar, porque “en América puede señalársele entre los mejores germanófilos que hayan dado á conocer algo de la literatura alemana. Recordamos, entre otras obras suya, su excelente traducción de la célebre obra de Chamisso: Pedro Schlehmil” (3, 60).

En la RNLyCS Víctor Pérez Petit reseña la traduccion de las odas de Horacio por el argentino Osvaldo Magnasco (1, 8); elogia a Luis Berisso y su traducción de Belkiss, expresamente autorizada por su autor, el portugués Eugenio de Castro, y realizada “con verdadero pundonor”, poniendo el acento en “el celo y la honradez del traductor” (47, 353). En un artículo sobre Carlos Guido Spano y Leopoldo Díaz, Rodó elogia las traducciones de Alfred de Musset por Guido (19, 293), pero no hace referencia a la actividad traductora de Leopoldo Díaz, sobre la que había llamado la atención Jaimes Freyre en la RdA.[10]

El lugar de Mallarmé — Usos rioplatenses de la literatura francesa

La principal operación de importación cultural en ambas revistas no se implementa sin embargo a través de la traducción en sentido estricto, sino de la crítica literaria.[11]

En lo que se refiere a la crítica importadora de literatura francesa contemporánea, en la RdA está a cargo de Enrique Gómez Carrillo, el cronista guatemalteco residente en París, con tres artículos sobre “Los poetas jóvenes de Francia”, dedicados a Juan Moréas, Maurice Du Plessys, Adolphe Retté, Saint Pol Roux, Henri de Regnier, Charles Morice, Ernest Reynoud y Stuart Merrill;[12] Gómez Carrillo incluye en sus artículos traducciones de fragmentos de poemas escritos por los autores que presenta y comenta.[13] En la RNLyCS los críticos literarios son José Enrique Rodó para los temas americanos y españoles y Víctor Pérez Petit para los temas franceses.[14] A diferencia de Gómez Carrillo, Pérez Petit cita en sus artículos poesía en francés y no traduce las citas. Solamente en un artículo dedicado a Mallarmé traduce algunos versos de “L’après midi d’un faune” y el soneto dedicado a Edgar A. Poe, por razones que se verán más adelante.

Ambos críticos, Gómez Carrillo y Pérez Petit, tienen lugares de enunciación y supuestos culturales que los colocan en posiciones opuestas en lo que hace a la relación con el aparato importador respectivo. Como Darío y Jaimes Freyre, Gómez Carrillo es extranjero —y además escribe desde París; como Rodó y los otros redactores de la RNLyCS, Pérez Petit es uruguayo y escribe en Montevideo.

En el primero de sus artículos para la RdA, refiriéndose a la vida literaria de París y sus descontentos, Enrique Gómez Carrillo alude a las discusiones en torno a la “enfermedad” de París:

Algunos escritores dicen que lo que á Paris le hace falta es sentido moral; mas eso me parece falso. [...] Otros exclaman: «¡Lo que París necesita es religión!» Pero éstos también se equivocan. [...] Lo único que á París le falta hoy, es la salud. Lutecia está histérica. Las duchas le sentarían mejor que los buenos consejos, y el jarabe de fierro le produciría más efecto que los discursos morales.
Algunos fisiólogos lo han comprendido así, y tratan de curarla por medio de un medicamento llamado «patriotismo».... Tal vez hacen mal. Las enfermedades nerviosas, son preferibles á la salud burguesa. [...] Y Lutecia no está loca todavía. Sus gestos son armónicos y en su palabra hay un gran fondo de discreción escéptica. Oídla hablar: «He leído todos los libros —dice— y comprendo que la carne es triste.» (1, 6).

Gómez Carrillo se refiere aquí a la polémica entre los defensores de la nueva poesía, agrupados en torno a la figura de Mallarmé, y los defensores del nacionalismo cultural, entre quienes se cuentan Maurras, Barrès, Daudet etc. (Charle, 190) y toma posición claramente a favor de los primeros.

En su artículo sobre Mallarmé, publicado en el número 48 de la RNLyCS con el título de “Una Sibila de Cumas en París”, Víctor Pérez Petit adopta una posición diferente: La Sibila de Cumas “ha trasladado sus trípticos y sus ánforas á la calle de Roma, y [...] recibe los martes!”:

He encontrado á la Sibila sentada en un sitial antiguo de piedra, en cuyo respaldo alcancé á leer, cuando la diosa inclinó la cabeza para hurgarse un oído con el dedo meñique [...] esta inscripción francesa: Divagations. Me pareció una mujer muy amable, bastante espiritual, un poco coqueta, no poco comunicativa, pero un poco atrasada en gramática. Por lo menos, yo no logré entenderle una sola frase; y á no haber estado allí toda una teoría de blancos sacerdotes —llevaban éstos los nombres de algunos escritores contemporáneos: Wyzewa[15], Mendès, Roujon, etc.— que me traducían los pasajes culminantes, hubiera salido de aquel recinto sagrado sin saber lo que se me había dicho (379).

De pronto, sigue el crítico, la sibila, que ha adoptado el nombre de Stéphane, comenzó a hablar en verso (transcribe aquí cinco versos de “L’après-midi d’un faune”, para los que acto seguido presenta una traducción que se propone literal) y confiesa que, recordando una crítica muy negativa de Brunetière en la Revue des Deux Mondes, “jamás hubiera considerado como excelente el estilo de la sibila”. De pronto la sibila “gritó desde el fondo de su boca abierta como una caverna de piedras antediluvianas: Toi qu’en Lui-même enfin l’étérnité le change” —y recita el soneto dedicado a Edgar Allan Poe, completo, que Pérez Petit transcribe en francés:

¿Qué quiso decirme la extraña sibila al recitarme este soneto de Mallarmé, —este soneto que no lleva ninguna especie de puntuación? En vano leo y releo la traducción que me entregó —no en un papiro sino sobre un rico papel del Japón— uno de los sacerdotes de la diosa. He aquí su traducción: «Convertido, al fin, en sí mismo, tal como nos le muestra la eternidad, el Poeta, con los relámpagos de su desnuda espada, despierta y previene su siglo, espantado de no haber advertido que su voz extraña era la gran voz de la Muerte. El vulgo que se había estremecido al principio como una hidra al oír a ese ángel dar un sentido nuevo y más puro á las palabras del lenguaje vulgar, proclamó muy alto que el sortilegio que nos arrojaba lo había bebido en la innoble ebriedad de los ajenjos. —¡Oh crimen del cielo y de la tierra! Si, con las imágenes que nos has sugerido, no podemos esculpir un bajo-relieve con que se adorne su tumba resplandeciente, que por lo menos este granito, gran bloque semejante al aerolito que un desastre misterioso arrojó sobre la tierra, sea la barrera contra la cual vengan á quebrar su negro vuelo las blasfemias futuras de los enemigos del poeta.»

¿Qué quiso decirme la diosa? ¡Oh duda martirizadora! ¿Seré acaso un ilustre Celui-qui-ne-comprend-pas, según la gráfica expresión de otro sacerdote de la sibila? (380s.)

El artículo finaliza como sigue:

Mi plegaria á la sibila de Cumas —hoy la Stéphane de París— fué breve, pero ferviente. Quemé mirra é incienso, encendí los carbones en los vasos llenos de ungüentos olorosos y supliqué á la diosa, el rostro humillado en la tierra, que me pronosticara lo que sería el arte en lo futuro.

La diosa me contestó con enigmas. ¿Sabe acaso ella misma lo que ella misma dice, ó somos nosotros, los pobres seres vulgares, los que no sabemos interpretarla?

Maurras ha blasfemado: «En la inocencia de mi corazón ya le he llamado literato de China.»

¿Y por qué no?

He ido a París á visitar al oráculo y he vuelto lleno de dudas y zozobras. (381)

 

Reconocemos aquí la oposición entre los defensores de Mallarmé y quienes, como Brunetière en la Revue des Deux Mondes o Maurras, adoptan posturas “saludables”, opuestas a esta nueva “enfermedad nerviosa” del siglo que lleva los nombres de simbolismo y decadentismo. Pérez Petit confiesa su mayor simpatía por la fracción nacionalista del “patriotismo”, como la llama Gómez Carrillo. Sin embargo, el artículo es más matizado y su autor trata de mantener mediante el uso de la ironía y la autoironía un precario, difícil equilibrio. Hay que agregar que, en ese mismo número, la revista publica un fragmento de una obra inédita de Gómez Carrillo “que nos la remite expresamente desde París” (370),  un poema inédito de Rubén Darío (376), y una reseña de Rodó al volumen Poemas de Leopoldo Díaz, que además de ser poeta era el traductor argentino de los simbolistas y había sido colaborador asiduo de la Revista de América (373–376). Esta copresencia no es casual: todos esos textos dialogan entre sí en el número 48 de la revista uruguaya.

Esa actitud ambigua de la RNLyCS tiene que ver, entre otras cosas, con los usos rioplatenses de la cultura francesa. Rodó y su grupo de jóvenes que hacen su ingreso en el campo de las letras no pueden darse el lujo de oponerse radicalmente a las posiciones que detentan, del otro lado del Plata, Rubén Darío y su grupo modernista: también jóvenes, pero dotados ya de un capital simbólico propio más fuerte en ese campo literario de dos orillas.

Las disputas en el campo literario francés

Para entender la toma de posición de los importadores culturales en ambas revistas en relación con el simbolismo, es útil delinear someramente la situación del campo cultural francés, en el que las fracciones de los heréticos y los consagrados, los simbolistas y los academicistas, los cosmopolitas y los nacionalistas se alinean en posiciones opuestas.[16]

En el curso de la década de 1880 se genera en Francia cierta disidencia respecto de los poetas consagrados del Parnaso (Leconte de Lisle ocupaba un sillón en la Académie Française) y comienzan a formarse grupos pequeños en torno a Stéphane Mallarmé (los simbolistas) y Paul Verlaine (los decadentistas), que habían sido excluidos del Parnaso por motivos diferentes: Verlaine a causa de su participación en la Comuna, su prisión, su estilo de vida, su relación con Rimbaud; Mallarmé, porque se lo consideraba un poco delirante: Después de la lectura de “L’Après-midi d’un faune” (el texto citado por Pérez Petit en su crítica), Anatole France había expresado el temor de que Mallarmé pudiera poner en peligro el renombre de que gozaba el Parnasse. En À rebours, la novela de Huysmans, publicada en 1884, Des Esseintes, el décadent paradigmático, tiene en su biblioteca libros de Verlaine y Mallarmé. Décadence significa aquí la desilusionada certeza de llegar demasiado tarde a un mundo donde todo ya ha sido dicho[17] —una postura que de ningún modo puede compararse con la situación en América Latina, donde todo estaba por decirse, que no puede asimilarse al optimismo dariano, aunque quizás sí a algunas de sus poses (Molloy). À Rebours contribuye a hacer famosos los Mardis de Mallarmé, a los que se refiere Pérez Petit. Entre los asiduos visitantes se cuentan, a partir de 1885, Wyzewa, Régnier, Moréas y otros. Junto con algunas revistas pequeñas y de corta duración, el Mercure de France[18] fue el órgano principal de los simbolistas, que ocuparon siempre una posición dominada dentro del campo literario francés. La posición dominante está ocupada en ese momento por la Revue des Deux Mondes y por autores nacionalistas como Maurice Barrès, Charles Maurras, Paul Bourget, Léon Daudet.[19]

En sus críticas, tanto Enrique Gómez Carrillo como Víctor Pérez Petit aluden a la tensión entre estos dos polos, y asumen posiciones opuestas respecto de Mallarmé —como se ha visto, Gómez Carrillo se alinea con sus adeptos, Pérez Petit con sus detractores.

Sería sin embargo un error homologar las posiciones de los críticos en las revistas rioplatenses —o incluso las revistas mismas— con las fracciones respectivas en el campo literario francés, porque en la circulación internacional las ideas, los textos y las literaturas importadas se inscriben, en la cultura de llegada, en constelaciones diferentes de aquellas en que surgieron. Darío y la RdA, Rodó y la RNLyCS ponen a funcionar los textos y las ideas simbolistas que importan de Francia en nuevos contextos y les otorgan nuevos sentidos. La pregunta pertinente es, entonces, cómo y con qué finalidad usan las revistas rioplatenses esos textos, esas ideas, esas citas.

Usos del simbolismo francés en el Río de la Plata

Veamos un ejemplo de esos vasos comunicantes entre las dos revistas: Cuando Pérez Petit se pregunta, en la crítica a Mallarmé citada más arriba, si él mismo no será un “Celui-qui-ne-comprend-pas, según la gráfica expresión de otro sacerdote de la sibila?”, está refiriéndose explícitamente a Remy de Gourmont, uno de los fundadores del Mercure de France, la revista en la que publicaban los simbolistas —pero esa pregunta contiene un guiño: el subtexto lo constituyen las “Palabras liminares” de Prosas Profanas, publicadas a fines de 1896, pocos meses antes de que apareciera la crítica de Pérez Petit, y reseñadas por este tres números antes, en el número 45 de la RNLyCS el 10 de febrero de 1897.

En las “Palabras liminares” Darío se niega expresamente a escribir un manifiesto, porque lo considera “[n]i fructuoso ni oportuno” “[p]or la absoluta falta de elevación mental de la mayoría pensante de nuestro continente, en la cual impera el universal personaje clasificado por Remy de Gourmont con el nombre de Celui-qui-ne-comprend-pas. Celui-qui-ne-comprend-pas es, entre nosotros, profesor, académico, correspondiente de la Real Academia Española, periodista, abogado, poeta, rastaquouère.”(Darío 1972, 9). Darío se vale de una cita francesa para esbozar un gesto de deslinde, y Víctor Pérez Petit retoma la cita citada, con un ademán que no es sólo autoirónico, para cuestionar el elitismo de Darío.[20]

Hay cierta homología entre la posición que asume la revista de Darío, y la del simbolismo en Francia, que fue, como dice Wilfert, un “proyecto global de subversión de las normas literarias y liberación de la lengua”, que estableció un “vínculo íntimo [...] entre la postura de autonomía y la referencia a lo extranjero” para “cuestionar a las autoridades del campo literario” —francés en este caso (2007). Pero Darío y la RdA no se proponían cuestionar a las autoridades del campo literario rioplatense, representadas por las revistas más tradicionales del momento, como la Revista Nacional, de Buenos Aires, creada en 1886, que concentraba la discusión acerca de la nacionalidad y la historia nacional (Bertoni, 184).[21] La apuesta consistía en demarcar un lugar de enunciación nuevo y ex-céntrico publicando una revista que fuera exclusivamente de artes y letras, lo que constituía algo novedoso y no exigía intervenir en otro tipo de discusiones marcadas por el tema de la identidad nacional, para las que Darío carecía de autoridad.[22] Entre los actores con los que Darío se encuentra en Buenos Aires, hay un grupo tradicionalista que hace de la poesía el instrumento central de recuperación de los valores de la identidad nacional (Degiovanni, 181), y que ubica, con Joaquín V. González en La tradición nacional (1888), “a la modernización en el origen de una inevitable decadencia moral” (182).[23] Es evidente que Darío no puede tener interés en entrar en polémicas con este grupo fuerte. Mayor apoyo encontró en círculos de “[p]oetas modernistas, intelectuales con ideas socialistas y anarquistas, escritores que encontraron en el periodismo un espacio de autonomía” (Battilana, 111).

José Enrique Rodó y su grupo ingresaron en el campo cultural con otros supuestos y con un capital simbólico que les viene dado por el linaje nacional y en pugna con grupos modernistas montevideanos rupturistas, encabezados por Julio Herrera y Reissig (1875–1910), o Ricardo de las Carreras (1873–1963).[24] Rodó postula como posible solución a la crisis de la modernización “una pedagogía estética del ciudadano”; su regeneracionismo se sitúa en las antípodas de la pose decadentista de Darío y la RdA. Pero su revista no podía dejar de lado, ni rechazar abiertamente a Darío y su grupo, sin correr el riesgo, no sólo en razón de los vasos comunicantes entre ambas orillas del Río de la Plata, de quedar rezagada en ese campo literario latinoamericano en construcción que tanto le importaba. De ahí la ambigüedad de los juicios articulados en la RNLyCS; de ahí la inclusión de autores como Lugones, Díaz, el mismo Darío, muchas veces en primer plano, en la primera página de la revista. De ahí también la crítica al simbolismo francés, que era un modo indirecto de tomar distancia y marcar un lugar propio respecto de quienes, sin gozar necesariamente de un capital simbólico afianzado por la tradición, habían logrado ocupar en el Río de la Plata, un lugar muy visible en el mundo literario en la segunda mitad de los años
noventa.

Coda

Gestos, ademanes, actores, escenarios... no elegí estas palabras al azar, sino pensando en la política finisecular de la pose: “El decadentismo era [en el modernismo], sobre todo cuestión de pose”, dice Sylvia Molloy (42). Pero la pose no como algo superficial, sino como un “gesto decisivo en la política cultural de la Hispanoamérica del fines del XIX” (43), la puesta en escena del decadentismo como “estrategia de provocación” (44). “Paradójicamente”, dice Sylvia Molloy, “la apropiación de la decadencia europea en América latina [no] fue [...] el final de un período, sino una entrada en la modernidad, la formulación de una cultura fuerte y de un nuevo sujeto histórico” (26), pero a través de la pose fumista. Es que ‘decadencia’ no es para Darío lo que era en Francia para quienes creían que todo estaba dicho y todos los libros leídos. En la América Latina de Darío, todo estaba por decirse y los libros estaban por escribirse; Darío importa la pose decadente como punto de partida de un movimiento profundamente renovador. En el nuevo contexto rioplatense de fines de siglo, la pose decadente se lee en clave de renovación estética.

Las dos revistas son parte del mecanismo que impulsa, desde el Río de la Plata a fines del siglo XIX, la circulación transatlántica de las ideas, que —como ha tratado de demostrar este análisis comparativo— no circulan tan desligadas de sus contextos como sostiene Bourdieu. Visto desde este ángulo, el decadentismo al que adscribía la Revista de América y que la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales rechazaba, es el resultado de una traducción cultural, de una operación en la que participaron las dos revistas —cajas de resonancia de voces múltiples, en un diálogo levemente diferido que tuvo lugar entre ambas orillas del Plata, pero cuyas proyecciones fueron mucho más amplias.

Bibliografía

Battilana, Carlos (2006): “El lugar de Rubén Darío en Buenos Aires. Proyecciones”. En: Rubione, Alfredo (dir.): La crisis de las formas (Historia Crítica de la Literatura Argentina, dir. por Noé Jitrik, vol. 5). Buenos Aires: Emecé Editores, pp. 101–127.

Bertoni, Ana Lilia (2001): Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX. Buenos Aires: FCE.

Bourdieu, Pierre (1992): Les règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire. Paris: Seuil.

― (2009): “Las condiciones sociales de la circulación de las ideas”. En: Bourdieu, Pierre: Intelectuales, política y poder. Trad. Alicia Gutiérrez. Buenos Aires: Eudeba, pp. 159–170.

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Zanetti, Susana (ed.) (2004): Rubén Darío en La Nación de Buenos Aires 1892–1916. Buenos Aires: Eudeba.

 



[1]     Creado en 1892, el Ateneo que agrupaba a escritores y artistas de muy diversos sectores del campo cultural, se convertiría muy pronto en “caja de resonancia para la voz de [Rubén] Darío” (Malosetti Costa, 350).

[2]     Publicación quincenal (núm. I: 19/08/1894; núm. II: 05/09/1894; núm. III: 1/10/1894). Cada número tiene aproximadamente 20 páginas, con un formato de 18 cm. x 24 cm., sin ilustraciones (Pineda Franco 2006). La dirección de la revista es, para los dos primeros números, Tucumán 877; para el tercero: Lavalle 560. Puntos de suscripción en Buenos Aires son las siguientes librerías, anunciadas en la misma revista: la “Librería Central” de Augusto Espiasse (fundada en 1883 y situada en Florida 16; especializada en libros franceses con servicio de suscripciones para diarios y periódicos france­ses); la de los hermanos Moen (fundada por libreros escandinavos en 1885 y situada en Florida 323; es en esos momentos la librería de moda y centro de reunión de los jóvenes poetas, entre ellos Lugones, Jaimes Freyre, Payró; publica entre otros Los crepúsculos del jardín, Lunario sentimental y Las fuerzas extrañas), y las librerías de Mazzuchi y de Joly (esta última fundada en 1848 y situada en Victoria 719–723; fue la librería que ofreció el primer servicio de suscripciones para publicaciones extranjeras en boga). Para estos y otros datos concernientes al mundo editorial de la época en Buenos Aires, ver Bounocore 1944.

[3]     Publicación quincenal (núm. 1: 5 de marzo de 1895núm. 60: 25 de noviembre de 1897) con secciones temáticas: los artículos dedicados a ciencias sociales (sobre todo: derecho y jurisprudencia) aparecen hacia el final, antes de las secciones “Notas bibliográficas” y “Sueltos”; el “Sumario” de cada número aparece en la portada. La administración se encuentra en la Calle Treinta y Tres, núm. 219; como centros de suscripción se mencionan en la revista misma la Librería Nacional, de A. Barreiro y Ramos; la Librería del Ateneo, de Sierra y Antuña; “El Anticuario”; Joya Literaria, de Cuspineira, Teix y Cía.

[4]     Sobre los motivos de la corta vida de la RdA, recuerda Rubén Darío en su autobiografía: “Fundamos, pues, la Revista de América, órgano de nuestra naciente revolución intelectual y que tuvo, como era de esperarse, vida precaria, por la escasez de nuestros fondos, la falta de suscripciones y, sobre todo, porque a los pocos números, un administrador italiano, de cuerpo bajito, de redonda cabeza calva y maneras untuosas, se escapó, llevándose los pocos dineros que habíamos podido recoger. Y así acabó nuestra entusiasta tentativa” (Darío 1991, 91).

[5]     Adela Pineda Franco lee las diversas tácticas puestas en juego en RdA como manifestaciones del proyecto personal de Rubén Darío: su ambivalente “asimilación del archivo europeo decadente”, “su hábil manejo de la crítica antimodernista peninsular” (22s.), su “política de concertación” (42) en el campo cultural porteño —tácticas que le permiten posicionarse “como hábil mediador cultural” (23). Más allá del proyecto personal, la revista compromete a un equipo de actores en una puesta en escena que tiene lugar en un teatro rioplatense, y la revista de Rodó y su grupo, que aparece poco después de que saliera el último número de la Revista de América, se despliega, con algunos actores que integran ambos elencos, en ese mismo escenario, aunque en su otra orilla y bajo condiciones algo diferentes.

[6]     Darío publicará en La Nación (2/10/1896, pág. 3, col. 4–5) una “Carta de Rubén Darío a Leopoldo Díaz”, (Zanetti, 146). García Morales (125) observa: “Darío había mencionado por primera vez, que yo sepa, «el volumen de traducciones» de Díaz en «Literatura argentina. La Atenas del Sud. Su somnolencia actual», La Razón, Montevideo, 24 junio 1894; en Ibáñez (1969: 34). Un mes después: «Hablé en días pasados de un tomo de traducciones que estaba por publicar Leopoldo Díaz. Hoy puedo asegurar que nuestro bizarro poeta publicará en efecto ese libro; que las traducciones serán todas de Poe, y que el libro será ilustrado por el artista Schiaffino» («Eduardo de la Barra. Un libro de Leopoldo Díaz», La Razón, 15 julio 1894; en Ibáñez 1969: 41). El libro terminó publicándose con el título Traducciones (Díaz 1897), sin las planeadas ilustraciones e incluyendo versiones de varios poetas además de las de Poe, entre las que figuran «Ulalume» dedicada a Schiaffino, «El Aaraaf» a Darío y «El palacio encantado» a de la Cárcova. Para más datos sobre la influencia de Poe en Leopoldo Díaz, véase John Eugen Englekirk, “Edgar Allan Poe in Hispanic Literature (1934: 152–165)”.

[7]     “1851. Choix entre deux passants”.

[8]     No resulta claro a qué publicación alude, o si se refiere a traducciones de Díaz no reunidas en libro. Sus traducciones aparecerán en un volumen publicado en 1897.

[9]     Darío publica poco antes en La Nación (28/08/1894, pág. 1, col. 3–5) una reseña titulada: “Una nueva traducción del Dante. La Divina Comedia de Dante Alighieri. Traducción en verso ajustada a la original con nuevos comentarios. Buenos Aires, editor: Jacobo Peuser” (Zanetti, 143).

[10]   Dos años más tarde, en 1897, Leopoldo Díaz publica sus Traducciones de Leconte de Lisle, Víctor Hugo, José María de Heredia, Henri Regnier, Gabriele D’Annunzio, Edgar Allan Poe y otros. Sobre la relación entre Díaz y Heredia ver Eymar Benedicto(2006).

[11]   Sobre la crítica literaria en la RdA ver en particular Gutiérrez.

[12]   También se publicaron artículos de Rubén Darío sobre D’Annunzio y sobre la exposición de arte fran­cés contemporáneo de la colección Mendilaharzu en Buenos Aires (1–2), de Ricardo Jaimes Freire sobre Carlo­magno en la poesía medieval europea (1), de Edouard Reyer y Luis Roncoroni sobre teatro francés (2–3), de Miguel A. Pardo sobre impresiones de viaje en París (2–3).

[13]   De Jean Moréas entre otros, “L’automne ou les satyres”, “Déesse aux yeux d’azur”; de Maurcie du Plessys un epitafio y un soneto; de Adolphe Retté estrofas de su primer poemario, Cloches en la Nuit; versos de Henri de Régnier, de Ernest Reynaud, de Stuart Merrill.

[14]   Artículos de Víctor Pérez Petit sobre los hermanos Goncourt (10–14; 17) y sobre la lírica en Francia (19; 22); sobre Coppée (36–38), Verlaine (43), Mallarmé (48), sobre la evolución de la crítica en Francia (54); reseña de Lite­ratura extran­jera, de Enrique Gómez Carrillo, con el comentario de que en ese libro su autor ha traduci­do “con donaire y exactitud muchos trozos” (25, 4).

[15]   Crítico de arte y literatura y traductor francés nacido en Polonia (1862–1917), considerado uno de los promotores del simbolismo; tiene un libro sobre Mallarmé (1886).

[16]   Véase para lo que sigue Bourdieu (1992, 165–183) y Jurt (161–176).

[17]   Conviene distinguir, siguiendo a Bourdieu, entre un concepto general de décadence y el grupo de los poetas decadentistas, que se constituye a mediados de los años 1880 como un desprendimiento de los simbolistas. Si estos últimos se agrupan en torno a Mallarmé en la rive droite, en la rive gauche y el Quartier Latin los ‘decadentes’ se agrupan en torno a la figura de Verlaine, publican en la revista Le Décadent y organizan a partir de 1889 también una soirée, los Mercredis, que no tuvieron el éxito de los Mardis de Mallarmé. No se reúnen en salons, sino en cafés, provienen de sectores sociales más bajos, son portadores de un escaso capital cultural, no intentan un corte radical con la tradición, creen en el progreso (son, en ese sentido, menos ‘decadentes’ que los simbolistas); les interesa la expresión musical de la emoción subjetiva, y se oponen al hermetismo mallarmeano. El movimiento decadentista deja de existir en 1889; algunos de sus miembros se (re)integran al simbolismo, que se vuelve entonces más modera­do. Un ejemplo es el de Jean Moréas, con su Pélerin passionné (1891), que tiende a acercarse a la lírica tradicional.

[18]   “La revista literaria del Mercure de France fue fundada a fines del siglo XIX por Alfred Vallette con un grupo de amigos que se reunía en el café de la Mère Clarisse, en la rue Jacob. Entre ellos, mencionemos a Jean Moréas, Emile Raynaud, Pierre Arène, Remy de Gourmont, Albert Samain y Charles Cros: el caldo de cultivo de la generación simbolista. La primera entrega apareció el 1° de enero de 1890. Hasta 1894, la revista va adquiriendo poco a poco prestigio. Mallarmé y Hérédia publican en ella algunos textos inéditos. La publicación se convierte en la revista de la joven literatura y en esos círculos se la denomina «La revue des deux Mondes des jeunes» […]. En un artículo publicado en diciembre de 1899, Alfred Vallette expone su proyecto : «De las tres metas que puede proponerse un periódico literario —ganar dinero, agrupar a autores que comulgan estéticamente, que forman escuela y hacen proselitismo, o publicar obras puramente artísticas y concepciones lo suficientemente heterodoxas como para no ser aceptadas en medios de prensa empeñados en satisfacer a su clientela— es esta última la que hemos elegido.»”; traducido por A. P. de la página web.

[19]   En cuanto a la importación literaria, la derecha nacionalista francesa, en posición claramente dominante, rechaza las innovaciones en defensa de la preservación del patrimonio cultural, amenazado por la vanguardia literaria, que sólo puede afirmarse abriéndose al extranjero (Charle, 198). “La referencia al extranjero constituía el gesto de secesión por excelencia” porque “para estos escritores tildados de decadentes, el hecho de recurrir a lo extranjero, en un clima de nacionalización de la sociedad, constituía el gesto de máxima ruptura respecto de la literatura respetable de los académicos y el compromiso republicano de los naturalistas” (Wilfert 2002, 43; trad. Gabriela Villalba). Wilfert constata que los simbolistas simpatizaban con las literaturas extranjeras (con Wagner, Ibsen y Hauptmann, con el esteticismo inglés, con los dramaturgos de la Antigüedad clásica) y publicaban en revistas pequeñas; algunos de sus miembros se dedicaban a traducir, actividad que en Francia no producía capital simbólico: Charles Morice, por ejemplo, poeta y teórico del simbolismo, tradujo a Dostoievski; Teodore de Wyzewa, el crítico mencionado por Pérez Petit, también fue traductor. Cuando a partir de 1893 pasó a dirigir la sección dedicada a literaturas extranjeras en la Revue des Deux Mondes, cambió por así decir de posición dentro del campo, ya que se trataba de una revista burguesa y consagrada, a diferencia del Mercure de France, donde publicaban los simbolistas. Frente a los importadores simbolistas, estaban los importadores académicos (salones aristocráticos, alta burguesía, revistas consagradas como la Revue des Deux Mondes, la Revue Bleue o la Revue de Paris; los traductores se reclutaban entre los polígrafos, diplomáticos, las mujeres que se ocultaban tras un seudónimo masculino. Se privilegiaba aquí la traducción masiva de no­velas exitosas, de amplias síntesis y literatura de viaje, respondiendo así al deseo del público burgués y contribuyendo a la formación de una elite nacionalista con barniz internacional, que constituía en esos momentos la fracción dominante y utilizaba la crítica (y en menor medida la traducción, que era una práctica devaluada), para acentuar el perfil nacional específico de las literaturas extranjeras y subrayar la diferencia de la literatura importada respecto de la nacional. Frente a este panorama trazado por Wilfert, la circunstancia de las revistas rioplatenses se recorta como muy diferente.

[20]   En su reseña de Prosas Profanas, en el núm. 45, Pérez Petit había opuesto la imaginación “revolucionaria” “de los simbolistas, decadentes, místicos, impresionistas, magníficos y wagnerianos” que “luchan [...] por hacerse oscuros é indescifrables”, a la “Imaginación vulgar” de los cuentos de Las Mil y una Noches, de Hoffmann o de Poe, con la que “nos deleitamos” nosotros, los profanos, los burgueses”, que “no aceptamos el decadentismo” (todas las citas: 392); “aceptamos”, dice, “todas las orignialidades de los decadentes, con tal que ellos mismos sepan lo que significan” (393). A Darío lo llama “Supremo Pontífice ante el altar deslumbrante del Decadentismo militante” (392), pero al mismo tiempo le atestigua “un sentimiento exacto de la belleza” (393) y lo califica de “poeta griego”. Termina aceptando con reticencias la obra, pero rechaza la teoría artística de Darío, y concluye su artículo preguntando: “¿Y serán las Prosas Profanas el preludio del canto épico de un Homero americano?” (395). En su ensayo de 1899 sobre Rubén Darío y Prosas Profanas, Rodó responderá: “Indudablemente, Rubén Darío no es el poeta de América” (ver Ruffinelli, 49). Ramos señala en este contexto, que “para Rodó el Darío artífice de Azul o Prosas Profanas nunca llegaría a ser un poeta mayor, que en cambio debía dar voz al sujeto latinoamericano” (68).

[21]   “A fines de 1893 y durante 1894 la discusión sobre la existencia de una lengua y una cultura nacional afloró en diversos ámbitos; involucró, entre otros, a los intelectuales y políticos que concurrían al Ateneo y a aquellos que escribían en la Revista Nacional, dos instituciones nacidas precisamente de aquella preocupación por la cultura nacional.” (Bertoni, 184). En ese contexto hay que ver también la creación, en 1896, de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Como bien observa Ramos (62): “La literatura emerge como disciplina universitaria, paradójicamente, criticando la especialización, legitimándose a base de un concepto de ‘cultura’ como esfera donde podía reconstruirse el ‘hombre integral’, fragmentado en la cotidianei­dad moderna por la especialización.”

[22]   En el proyecto de la RdA, la aceptación de Mallarmé y en general la actitud favorable respecto de la lírica francesa es parte de una táctica de posicionamiento en un campo cultural específico que tanto para Darío como para Jaimes Freyre es, en principio, ajeno. Publicar una revista exclusivamente dedicada a las letras y artes, constituye además algo novedoso. Para un análisis específico de la estrategia de Darío y Jaimes Freyre ver Pineda Franco; acerca de la “campaña intelectual” de Darío en Buenos Aires hacia 1896, ver Colombi.

[23]   En otro punto del campo, La lira argentina (1889) recopilada por José M. Estrada y La antología argentina (1890) de Benigno T. Martínez, constituyen “un discurso destinado a apoyar una versión militarista y centralista de la historia nacional” (Degiovanni, 189).

[24]   Acerca de la tensión entre Rodó y Herrera y Reissig dice Aldo Mazzuchelli que “su aproximación general a la poesía y al arte, así como a la política y la sociedad, son radicalmente incompatibles, aunque ambos compartan tan sólo una cosa, que es aquello que todos los autores modernistas compartieron: La sabiduría de que es en el trabajo de orfebre de la letra, en la materialidad del lenguaje, en donde se debate la legitimidad de lo literario. Pero en todo lo demás son aproximaciones refractarias, como creo que lo fueron también la de Rubén Darío y la de Rodó” (Mazzuchelli, 553).

Andrea Pagni (FAU Erlangen–Nürnberg)